29 de noviembre de 2012

Deseo


La historia del deseo

Por Luis Diego Fernández - Ensayista. Autor de "Furia y clase" (Paradoxia)

En el origen está la neurosis. Aristófanes expone en El Banquete de Platón el mito de un animal esférico que reunía en si al hombre y la mujer. Bestia valiente y fiera que desafía a los dioses, Zeus la castiga partiéndola en mitades iguales. Mito amoroso que plantea la cópula como el remedio de la unidad perdida. Esta genealogía platónica del deseo que se expande al cristianismo y se consolida con el amor cortés en el siglo XII y XIII, a través del mito del amor romántico (habitual en Hollywood) se apoya en tres pilares: el deseo es falta y es una energía que reconquista la unidad perdida (lectura que condena toda relación no heterosexual), la pareja es la unidad recobrada (reduciendo a la mujer al rol de madre), y, por último, la división de dos formas: el sexo como pura materia, sucio e impío, o el amor sentimental y “limpio”.

Ya señaló Michel Foucault en su Historia de la Sexualidad (1976-1984) que si bien muchas civilizaciones tienen una ars erótica –China, India, Japón, Nepal, Arabia, Grecia y Roma– la modernidad de Occidente se ha dirigido más bien a hacer de la experiencia sexual una cuestión científica: la llamada scientia sexualis.
Desde el sacerdote al psicoanalista, del confesionario al diván, el hombre occidental fue un animal de confesión, y la sexualidad un dispositivo a ser contado, registrado, culpabilizado, patologizado y normalizado. Por ende, la tradición de una erótica como estética del vivir, por fuera de la normativa reproductora/familiar, siempre ha resultado problemática para Occidente.
Sin embargo, resulta clara una lógica del placer sexual a través de diferentes épocas y autores: así es Platón quien abre la interpretación del deseo como carencia (que llega hasta Freud), mientras que Ovidio elogiará el eros ligero y libertino, una erótica celebratoria como respuesta al platonismo. 

Por su parte, el filósofo Michel Onfray en Teoría del cuerpo enamorado (2002), propone una genealogía del deseo cuya intención señala en el prefacio: “La fisiología manda, la cultura sigue”. La erótica que Onfray denomina solar está anclada en estas hipótesis: el deseo es exceso que pulsa por salir, el placer es gasto que se dispensa y la disposición es el contrato de solteros y pares libres.
En el marco del proyecto de deconstrucción del ideal ascético, reproductor, productivista y consumista, Onfray plantea una erótica donde los cuerpos estén libres del funcionalismo social y productor. Serán los filósofos atomistas –Leucipo y Demócrito– quienes planteen, contrariamente a Platón, que el deseo es un tema meramente físico. Es el exceso que pugna por salir del cuerpo, no una “falta” que debe ser cubierta.

En sus memorias, El tiempo de una vida (2005), dice Juan José Sebreli: “Los contactos múltiples y breves están denigrados bajo el nombre infamante de promiscuidad y se los estigmatiza como el descenso a la pulsión, cuando, en realidad, señalan lo contrario: la refinada complejidad de la indagación humana. El erotismo es un impulso universal; el amor, en cambio, es un hecho cultural, histórico, inventado en las Cortes de Provenza del siglo trece y fomentado después por la literatura y el arte. Mucha gente no se enamoraría, decía Stendhal, si no hubiera sentido hablar del amor”. Toda erótica reclama el placer pero también evadir lo infamante del dolor producto del idealismo del amor.


Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com


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