Presentamos un texto de 1993...
A
Puertas Abiertas: Intensidades sobre el plano inconsciente de la Filosofía del
Derecho.
Comunicação do Prof. Luis Alberto Warat do CPGD/UFSC
Revista Seqüência:
Programa de Pós-Graduação em Direito da Universidade Federal de Santa Catarina
UFSC (1993)
I. De donde parto.
En esta exposición me
propongo hablar de los puntos de giro, que a mi juicio, la enseñanza y la investigación
del Derecho deberían establecer para acompañar los vertiginosos cambios de
mentalidad que comienzan a mostrarse como punto final del siglo XX.
Para cumplir con este
empeño reflexivo dividiré el trabajo en dos momentos. El primero centrado en
algunas cuestiones referidas al proceso de “enseñanza -aprendizaje”; y el
segundo apuntando a las contribuciones que, para la investigación del Derecho,
puedan surgir del encuentro del saber del Derecho con el psicoanálisis y la
política.
Primer momento
II. El seminario: Los
alrededores de la verdad y del afecto.
Los aciertos de un
seminario pueden ser considerados desde varios ángulos.
Es conveniente medir
sus resultados viéndolo como un lugar de encuentro, de confidencias y
confianzas para poder, como dirían Deleuze y el recordado Guattari, pensar
entre amigos: un” entre-nos” donde se espera que el afecto circule con más peso
que las diarias rivalidades por el prestigio académico.
Un seminario siempre
puede ser una intimidad competente para una aproximación vital con el otro que
se ocupa de las mismas cuestiones. Todo seminario puede provocar ese contacto
“cuerpo a cuerpo”, que se trata de excluir de nuestros habituales manoseos con
el pensamiento puro: una circunstancial sociedad de” amigos-amantes” que
incitan a pensar lo “nuevo” (lo indecible que se significa) a través de una
flujo de lenguajes y afectos que suspenden, aunque sea momentáneamente, el peso
de las actitudes intelectuales que apuntan a lo magistral, y sostienen la
frialdad marmórea de los claustros.
Está pasando la época
de los intelectuales clausurados en si mismos, y presos de las ilusiones de sus
propias pretensiones de universalidad (los que idolatran su propia huerta). La
filosofía que nos es contemporánea empieza a rechazar al intelectual que dice
ser un guardián del rigor, para poder hablar de sí. Reproducir y trivializar,
conforme a un modelo por el mismo creado, para intentar sostener su narcisismo
y descalificar la diferencia del otro. El intelectual que banaliza, en nombre
de una ignorancia erudita, perdió su hora. Comenzamos a exigirnos contar con
filósofos cooperativos, que precisen del otro para pensar, sin la determinación
de un modelo a partir del cual se midan las diferencias. Filósofos que hablen
en un nivel inmediato, vital, que apuesten en las intensidades de un “llegar
entre -nos” a aquello que explora, en vez de ser el origen narcisista de un
cálculo de dominación.
En todo seminario
existe la oportunidad (no siempre alcanzada) para un agenciamiento colectivo,
que niega la mística de captura, de los modelos que esconden el apego narcisista
de algún intelectual encantado con su propio prestigio.
Generalmente, son
intelectuales exitosos, con una buena comercialización de su obra y de su
imagen, que no consiguen hablar de otra cosa que de sus triunfos, hablando de
cualquier cosa...Y el otro, sólo como pasivo admirador, nunca un interlocutor
que aporte. De nada sirve simular pensar al mundo con rigor, si con esto sólo
se quiere poder desconocer la palabra del otro. Un seminario nunca es un “pasaje
al acto perfecto”. Tampoco es la posibilidad de que la gente tenga un
significante en el que reconocerse. Mucho menos, la búsqueda de un momento de
conmoción que provoque un efecto de masa en lugar de un efecto de “sentimiento-sentido”.
A mi modo de ver, el efecto de un seminario es una operación de conjunto,
siempre en alerta contra el surgimiento de un padre ideal y de una masa
neurótica que lo idealiza. El magisterio, como discurso del amo que hace
desaparecer la falta, no puede aparecer en un seminario.
Nuestros malestares
cotidianos nos reclaman esquivar el magisterio. Un reclamo que nos exige ir a
la búsqueda de otros lugares para pensar, renunciar a los modelos magistrales e
intentar huir hacia la originalidad (la diferencia en “mi”, que puedo producir
reconociendo que hay algo que yo no había sospechado), ese territorio del
placer que me hace escapar de los puestos de autoridad: la embriaguez que
destruye o trivializa la diferencia.
Sin duda, vivimos una
época de malestares múltiples, dilemas y rupturas existenciales, donde no
podemos darnos el lujo de ser banales o destructivos .Las trivialidades tienen
que ser complicadas por los puntos de subjetivación, y la crítica destructiva, sustituida
por las fuerzas de la creatividad (el pensamiento del otro cuidado y no
avasallado para poder llegar al “entre-nos”, que es condición necesaria de la
creatividad). La crítica del resentimiento muere en las palabras y es siempre,
junto a las banalizaciones, una forma cómplice de la dominación, por oponerse a
la vida que huye de las determinaciones, de lo que ya está demasiado dicho.
Un seminario puede
nutrirnos con una forma de montaje, que de vuelta a los modelos con los
impulsos de fuga y las individuaciones instantáneas, con la incitación a crear
territorios a medida que se los recorre: un erotismo conceptual que se realiza
entre la ética y la estética, como medida preventiva contra las trivialidades
eruditas de los modelos y las tendencias destructivas de los que tienen la
fantasía de ser los dueños de la verdad, ese poder pastoral-denunciado por
Nietzsche, Foucault y Deleuze - que inocula resentimientos y expropia los
mecanismos de individuación. El seminario soñado por Barthes: el lugar como
texto que no pasa por la escritura, sólo una determinada manera de estar
juntos, para conseguir la inscripción de la significancia. El texto, yo diría
prolongando Barthes, que no es producto, sino práctica de sorpresas para el
otro. El seminario como la sorpresa de los otros, como lo que porta los
posibles de nuestras propias diferencias.
No se puede pretender
que un seminario nos depare un momento singular para la creación de conceptos;
de el se puede esperar que funcione como un dispositivo de intercambio, la
emergencia de un pequeño “ritmo social”, que puede ir marcando la multiplicidad
y la simultaneidad de un conjunto de intensidades en movimiento, que precisarán
luego, ser insertadas en ondas preexistentes de creaciones conceptuales. Apenas
dardos, puertas abiertas. El seminario como un punto de subjetivación grupal
(una atmósfera, una arruga del “estar-en-si-mismo” de los intelectuales), que
tiene que valorizarse por la intensificación de las conjunciones, encuentros y
diferencias que sea capaz de incitar. Flujos semióticos que podrán funcionar
como una posibilidad de introducción del movimiento en los conceptos, o de
éstos en los movimientos de vida en que se envuelven (lo colectivo en
Guattari): el seminario como pliegue cartográfico. El seminario como fuga
narcisista, como huida de la academia.
El espacio de un
seminario (el que a mí, particularmente, me gusta) debe ser, como decía
Barthes, novelesco: un espacio de circulación de los deseos sutiles, los deseos
móviles, que en su estallido, apuntan a una socialidad cuyo opacamiento
debilitan: el trabajo del deseo como posibilidad de liberación colectiva de la
singularidad - del conjunto y de cada uno de los participantes. La creación colectiva
de lo nuevo como posible .Un recreo de lo colectivo como territorio que
implanta una red implacable de vigilancias, capaz de anular las diferencias e
impedir cualquier huida hacia lo que ponga en duda la legitimidad moral-jurídica-política,
ya establecida. El seminario como un paréntesis de libertad.
El seminario, en definitiva,
como lugar de encuentro con el otro, de encuentro con los afectos. El lugar de
producción de un “saber- querer”, que determine algún vuelco en la subjetividad
de los participantes. Un trastorno de los sentimientos. El lugar de encuentro
de los que saben-querer, que son los que apuestan y ayudan al crecimiento del
otro. El que sabe querer porque sostiene al otro para que encuentre o se
re(encuentre) con la vida. El seminario como el lugar donde aprendemos a ser
rigurosos con los sentimientos. Un lugar transferencial.
El lugar donde lo
poético funciona como transferencia (el espacio surrealista al que hago
referencia en algunos trabajos míos).
La labor del
seminario, para Barthes, es la producción de diferencias. El ve la diferencia
como lo que recupera la originalidad de los cuerpos (que se relacionan) tomados
de uno en uno, interrumpe la reproducción de los “roles”, la repetición de los
discursos, desbarata toda puesta en escena del prestigio, de la rivalidad.
En un seminario se
puede hacer circular la diferencia, considerando todo lo que el discurso
erudito desprendió de su saber, lo que naufragó de la verdad académica: restos,
retazos, movimientos de aparición-desaparición de los indecibles.
El erotismo de las
verdades. Los no dichos que están en nuestros cuerpos disponibles para el otro
como caos “El cuerpo, afirma Barthes, es el futuro de lo que se ha dicho”. Una
forma, agregaría él, de adivinar todo un desplazamiento de la civilización.
Todavía en Barthes:
el seminario es como una conversación aturdida entre muchos, abandonada a una
ligera euforia que nos permite desterrarnos, embriagarnos de sorpresas en una
escucha fuera de lugar, carnavalizada (la escucha donde el método y la
enseñanza fracasan). La escucha que se aparta del saber y de la enseñanza como
modelo. La escucha que nos erotiza produciendo la sorpresa que licua las
trivialidades y todo lo que se enuncia con ganas de destruir al” otro”.
Decididamente, un
seminario tiene que apostar a todo lo que tenga capacidad de sorprendernos,
para provocar en nuestra propia subjetividad un pliegue como diferencia. Sólo
sirve pensar en un trabajo de transformación de la subjetividad (propia y
colectiva): un movimiento de subjetivación que inunde el mundo infiltrando
líneas de singularidad y de futuro. La subjetivación que pueda reemplazar la (in)diferencia
por la diferencia.
En un seminario,
desde mi óptica, se trata de tomar disposiciones, montar dispositivos (en un
estar -todos-juntos) para poder obtener una actitud creativa en la incesante
construcción de la subjetividad: alternativas variadas, barrocas, en el
movimiento de fuga que posibilita un coeficiente de libertad.
No se puede acudir a
un seminario esperando ser “enseñado” por los que saben. En el seminario toda
enseñanza está frustrada: no se transmite ningún saber, únicamente se
constituyen “climas para crearlo”; se persiguen ráfagas de los indecibles,
rumores del caos. El seminario es un lugar de incitación, donde cada uno trata
de recoger las botellas que el otro lanzó al mar. Un rosario de deseos, afectos
y dudas. El propio cuerpo que circula como objeto del saber. Hacer circular un
saber, que se dice erudito, con la secreta y principal finalidad, diría
Barthes, de tocarse las manos.
Es evidente, que
cuando las manos se tocan circulan los deseos y se crea la palabra colectiva.
La palabra es rica cuando es solidaria. La palabra aislada, del “filósofo
fanfarrón” (el intelectual que se presenta como la mala conciencia del otro
esperando conseguir lucros para su imagen), puede ser fascinante, pero no sirve
como punto de subjetivación.
Barthes coincide con
Guattari cuando dice que un seminario es, únicamente, un “orden de
ramificaciones”, es decir, un rizoma: la multiplicación de deseos. O como Freud
dice, de las escenas: ”...no forman simples ringleras, como las de un collar de
perlas, sino conjuntos que se ramifican a la manera de árboles genealógicos”.
Guattari y Barthes
murieron, donde quedó el saber que sus cuerpos portaban?
Todo lo que sabían murió
con ellos?. El saber, como el placer, muere en cada cuerpo que se agota?.
Barthes contestaría que no, que puede perdurar en cada seminario que organizó,
participó o marcó indirectamente: el “entre-nos que enfrenta a la muerte de los
significados, el seminario como la memoria de todos; lo dicho que queda,
temporariamente, en el silencio de los indecibles.
Estoy, con esta
concepción de lo que puede ser un seminario, apuntando a la filosofía en
términos nitzchianos-deleuzianos, lo que implica todo un alboroto en relación a
sus formas más clásicas. Un torbellino que nos disloca de los dos grandes
posicionamientos estratégicos de la filosofía tradicional:
1) de la actitud
reflexiva, cuestionada por Deleuze, y que yo rechazo por trivializadora; y
2) de la postura crítica, que la estoy derivando de la apuesta
deleuziana para negarla, por verla finalmente cómplice de las tendencias
destructivas que contaminan el pensamiento de muchos intelectuales. Se propone
sustituirlos por la creatividad, para otorgarle a la filosofía (junto con la
estética) el destino de constructora de mundos posibles, de iniciadora de lo
nuevo (la filosofía como hechicera que nos inicia en lo indecible).
En fin, el seminario
como brecha, dardo, lugar de los que se buscan para no seguir haciendo de los
sueños la imposible espera de un príncipe encantado.
El seminario, que
permite sentir que no es posible hacer un intercambio mercantil entre saberes
de especialistas. El saber de los otros sólo como brecha que altere el propio
saber, nada a demostrar, únicamente una forma de estar juntos para ir
reformulando una subjetividad que le tenga menos miedo a la vida.
Segundo movimiento
III. El encuentro de
tres saberes
En el umbral de una
tarea cooperativa entre el derecho, el psicoanálisis y la política, no me gustaría
dejar de subrayar, de algún modo, mi resistencia a la articulación, entendida
como posibilidad de un nuevo campo de saber o una nueva mirada
interdisciplinar. Las veo como dos propuestas imposibles. Creo que lo que debe
predominar es el intento de ver a los otros saberes como “extraños en mi propia
palabra”. Únicamente el espíritu del seminario como actitud: poner las palabras
en estado de seminario. Y sentirse disponible para la sorpresa, desconcertado por
una diferencia que no estaba en mi sospecha.
Afectos,
incitaciones, devenires de subjetivación, es lo que yo espero de un primer
contacto, en el inicio de un pensamiento coextensivo (con aproximaciones, distancias
y bifurcaciones forzosas) entre lo psicoanalítico, lo jurídico y lo político; en
lo que hace a la creación de nuevas formas de ser en el mundo (la intensificación
de la subjetivación), nuevas modalidades de pensamiento (alteración de las
apuestas filosóficas- estéticas), el retorno de la ética y de la estética (en
lo político, en el trato con los otros y en las condiciones de vida ), así como
de la cooperación en el descubrimiento de problemas que la dominación trata de
reprimir. Cada uno siendo el extraño” de los otros.
La cooperación de
tres “campos temáticos” que se pueden aproximar, en una vecindad cómplice, para
aceptar el desafío de crear los pensamientos, actos y afectos sustitutivos de
una modernidad, que puede estar saliendo de la escena del sentido junto con
este siglo. Es decir, las ideas los actos y los afectos, que harían el tránsito
de la modernidad: la polifonía semiótica de la transmodernidad. Diciéndolo
desde otro ángulo: las instancias semióticas productoras de una subjetividad en
devenir. Una fuga a tres lugares para lo indecible en el estilo de vida de la
modernidad. El intento de crear un compromiso, desde tres lugares, para el
devenir de la postura estética-ético política, que a la vez facilite la
producción de una subjetividad que apueste en la reconquista de la autonomía.
IV. Brechas en la
modernidad.
Hay una manera de ser
en el mundo que está muriendo. Sobre esto existe un razonable consenso. Los
diferentes registros semióticos que concurrieron, en la modernidad, para la
formación de la subjetividad están siendo rápidamente alterados: la ideología,
la ilustración, el iluminismo, la tensión sujeto-objeto, la utopía, el referente,
parecen haber acabado con sus funciones. Todo un estilo de vida, toda una
concepción de lo político-social, está siendo puesto en duda. El segmento filosófico-estético
-político -ético -científico de una modernidad, que provocó el desencanto por
los significantes supersticiosos y trascendentes parece ahora, desencantarnos
por sus razones. Está entrando en declinio sin realizar el mundo virtual que algunos
de sus filósofos inventaron.
La modernidad nos
transportó para determinados modos de existencia, a una determinada concepción
del tiempo y del sujeto, de la utopía y la verdad, que se eclipsaron en
abstracciones que la banalizaron, acentuando más posturas destructivas que
apuestas constructivas (con filósofos mucho más preocupados en hacer – con imposibles
expectativas de explicación representativa - la apología del “mi”, que en
construir el ”entre-nos” de un pensamiento creativo).
Esta es la situación
frente a la modernidad. Ahora bien, nada se puede intentar pensar sin examinar
las luces y las sombras, las razones y los indecibles del pensamiento que en
ella predominó. Para pensar la invención del futuro, para hacer el devenir de
la autonomía, es también necesaria una mirada creativa sobre el pasado, es
decir crear los pensamientos constitutivos del “recuerdo” de los acontecimientos:
una fuga de la historia hacia el recuerdo (sin lo siniestro de la memoria, que
carga al olvido de represión). El olvido - como represión- cuando se transforma
en recuerdo libera los sentimientos, permitiendo que el deseo ligado al recuerdo
ingrese en la actualidad del juego erótico. La recuperación de los sentimientos
adormecidos, que es esencial para la transformación de la subjetividad.
Un “irse” al pasado
para escapar de él. El reencuentro (superador) con las fantasías petrias, que
descompusieron el deseo ejerciendo un supremo dominio sobre los individuos. Una
fuga del presente hacia el pasado, para inventar el futuro.
La mirada puesta en
el pasado, para captar los puntos de turbulencia rítmica que insinúan un cambio
virtual en la subjetividad: las intensidades que pasaron denunciando el futuro,
perturbando la historia (como una continuidad de movimientos soldados) para
anticipar sus diferencias, en el momento indecibles.
El rumor de las
diferencias que vendrán. También: una comprensión de lo que no fue dicho para
retardar (o abortar) la liberación de las diferencias. Ese concierto barroco
que no pudo ser ejecutado.
Todos los días los
medios nos hablan de algún final. La historia, la ideología, el sujeto,
aparecen constantemente ligadas a la palabra “fin”. De que finales están hablando?.
Es la petulancia del sueño americano delante los escombros de sus oponentes?.
Es un efecto escatológico de algunos aspirantes a iluminados?. Es el miedo del
hombre de ser reducido a una imagen sin cualidades, a una réplica sin variantes?.
El hombre perdiendo su fantasía de super-subjetividad (la antigua idea del
sujeto).
Se me ocurre que en
algún lugar se mezclan, todos esos interrogantes como variantes virtuales de
otro tipo de final. Creo que lo que se anuncia y anticipa es el acabar de toda
una concepción de la temporalidad como historia. En el fondo un deseo de salir
huyendo de la historia hacia el devenir. El augurio de una subjetividad sostenida,
como temporalidad, por sus propios movimientos y alteraciones. La subjetividad
como configuración del tiempo ya no como efecto de la historia, esa fábula
plagada de certezas, de héroes y grandezas iterativas.
Esto quiere decir: El
fin de la historia, como una forma de empezar a experimentar todo lo que escapa
a la historia. El fin de la historia, para que éste comience a ser entendida
como línea de fuga temporal. La historia trazada por sus bordes, por sus puntos
de fuga, por sus fisuras, por lo que nos hace huir del folletín hacia la
emancipación. El fin de la historia como coágulo y el comienzo de otro tipo de
temporalidad, la que nos instala en lo naciente: el devenir, la heterogénesis de
la subjetividad y sus movimientos. Una toma de distancia de lo que fue
acumulado como saber, para poder ir creando lo nuevo mientras se lo explora (se
lo cartografía).
El fin de la
historia, sustituida por el devenir; el fin de la ideología, sustituida por la
incertidumbre; el fin del sujeto, reemplazado por el transcurso de la subjetividad.
Un cambio en la concepción de la temporalidad.
El abandono de los
relojes para medir el tiempo, por los puntos de subjetivación, por los
desplazamientos (los pliegues) en la subjetividad.
La historia minada
por el devenir. Esta creo que es la primera tarea cooperativa del
psicoanálisis, de la Filosofía del Derecho y de la Filosofía política (revistas
deleuzianamente, algo que todavía no esta hecho).
Estoy hablando de un
momento cooperativo que puede ayudar a desencadenar el tiempo como
subjetividad, que se permite constantemente auto-alterarse. Un dispositivo de proliferación; el tiempo como
lo desconocido que multiplica la subjetividad: ese delicioso tiempo de la navegación
intensiva. La temporalidad sin garras, conducida por lo indecible que llama al
deseoso.
Psicoanalistas y
filósofos del Derecho y la política pueden cooperar- sin tratar de ocupar el
lugar ajeno - para crear la cartografía que responda al llamado de lo
indecible. Cada uno desatando a los otros como cómplices: los otros como lo extraño
en el propio discurso. La historia, que suspende la afluencia de las
certezas, ese espejo que detiene. Los otros portando el devenir que nos aleja
de las propias verdades, que prueban la realidad por el frio (la huida de las
escarchas). El devenir, ese comienzo de la filosofía como prueba del deseo.
Y ese será,
precisamente, el blanco de las flechas que trataré de disparar a través de esta comunicación. Es decir: mi
forma de tratar de hacer del jurista un “dislocado solicitante” de sus
indecibles, el que se reencuentra con los rumores reprimidos en los lenguajes
organizados. El jurista que huye de sus coágulos, rutinas y escarchas .El
jurista que huye de lo que ya sabe (y en muchos casos que o quiere saber que sabe), teniendo al
psicoanálisis y a la filosofía política como cómplices de sus fugas: las ”otras”
que lo ayudan a escapar, que lo ayudan a sorprenderse y angustiarse por la
revelación de lo que repite.
V. Las “otras” del
Derecho y el “plano del inconsciente”
Los lugares desde
donde inicialmente disparé mis flechas pueden despertar una leve sorpresa si se
esperaba que yo tratara de situar esta convocatoria de articulación, en un
lugar estrictamente jurídico. Pero esto no me es posible. La teoría jurídica y
su filosofía exprimen problemas poco propensos a la formación de circuitos adyacentes,
para que los juristas se pregunten sobre sus prácticas y lo ilusorio de las
creencias que las sostienen. Es una teoría sobre un delirio con efectos mágicos
(o si se quiere un devaneo significante con mil marcas de un combate
alucinado), que en muchos caso no ultrapasa los esfuerzos por dotar de
cientificidad al saber de los juristas, o de oponerse a ello desde posiciones
que van de la semiología al marxismo académico.
Sobran los dedos de
una mano, para contar los juristas que osamos fabular un movimiento de
constitución de otras realidades posibles para el Derecho, así como fabricar
sus propias otras (cómplices, reserva salvaje, lo femenino del deseo, los
extraños) que tornan en parte decible, por la parceria en el devenir de la subjetivación,
lo indecible; o inventar su propio ”plano de inconciente”. La” otra” que
despabila sin la densidad de la protectora.
El “plano del
inconciente” es una idea que ahora estoy elaborando, a partir de Deleuze y
Guattari, en un proyecto de investigación aprobado por el CNPq y que se refiere
a lo indecible que se encuentra en los diversos registros semióticos, en el
estado de las cosas y en los otros: el inconsciente de la subjetividad
agenciada en lo social, la subjetivación en cuanto indecible, la semiótica en
su “no-dicho”, que tiene que irrumpir en los estados de existencia como efectos
conceptuales, afectivos y sensibles del devenir de subjetivación. Esa seria la
semiótica en su realidad: un plural de subjetividades carnavalizadas o
cartografiadas que hacen decible, como fábula, lo indecible; lo indecible
fabulado. La trascendencia vista como indecible.
El ”plano del inconsciente”
seria la construcción de la fuga emancipadora, que es siempre hacia lo
indecible. La subjetivación que se puede ir haciendo (cartografiando) a partir
de múltiples elementos: sucesos, significantes, afectos, sensaciones, otros
cuerpos, percepciones. En todos ello está presente un indecible (lo indecible
de lo decible) que precisa una construcción del inconsciente más filosófica y
estética que extraida de las creaciones de la clínica. Esto para poder hacerse
cargo de la subjetividad, que transita como foco existencial colectivo en el
“entre -nos “ de los cuerpos, que también contiene su inconsciente, una ciudad escondida.
Aquí lo importante es
aceptar: 1) que todo elemento semiótico porta, autónomo, una instancia inconsciente
como indecible; 2) que tratando de construir un decir para esos no dichos, se
construye la subjetividad, que construye -a su vez- lo existente como realidad
y la discursividad como función existencializante;
3) que los puntos de
subjetivación de esa subjetividad (su multiplicación emancipadora) se enriquecerían
situando lo psicoanalítico, lo político y lo jurídico en el encuentro de lo
filosófico, lo ético y lo estético.
Estoy apuntando para
un inconsciente carnavalizado, que se corresponde con una concepción polifónica
de la subjetividad, como la propuesta por Guattari. El acto de aprehender la subjetividad en su creatividad
procesal y en sus relaciones con el otro, sin tratar de atarla a una apuesta de
cientificidad (focalizando todo lo que el estructuralismo colocó entre
paréntesis). Se trataría de un inconsciente y de una subjetividad inventada
desde la filosofía, la ética y la estética, pero lejos de la ”verdad prevenida”
de la ciencia. Un inconsciente construido para dar cuenta de una subjetividad
que tiene un cierto grado de autonomía con relación a la individuación, trabaja
por su propia cuenta produciendo narrativas (intensivas y polifónicas) directamente
inscriptas en el imaginario social.
Generalmente esas
narrativas funcionan como mecanismos de captura e institución de modos de ser,
de figuración social, de territorialización existencial, que inciden - con
efectos (a)discursivos - no son discursivos en si mismos - sobre lo que se
espera que uno deba ser, de como uno deba amar, valorar, decidir sobre lo justo
o lo bonito; narrativas (de opinión) que deciden, con pasajes transversales,
sobre nuestros fantasmas. Narrativas que en agenciamiento capitalístico, suelen
“invisibilizar” lo diverso, suprimen la alteridad y reprimen (como indecible)
el proceso socio -histórico de su constitución (lo inscriben en el plano de la
necesidad, fuera del principio de realidad, como instancias naturales - pensemos
en la noción de igualdad jurídica). Narrativas, en fín, que tornan oscura la
articulación del significante y sus contenidos.
Estoy hablando de la
determinación social de los indecibles, cuyo interdicto solo podrá
ser levantado con la constitución de un “plano de inconsciente”, orientador
de una mobilidad que permita decir algo sobre la hiper-complejidad de los
indecibles. Decir algo de ellos es producir un punto de subjetivación, es
alterar la subjetividad, y es también hacer filosofía.
Es claro que para
construir el” plano de inconsciente”, que de cuenta de los indecibles,
precisamos del creador y sus “otras”: el “entre- nos” sin el cual no hay
creatividad. La “otra” que porta lo indecible y ayuda a subjetivar. No habría creatividad
sin una” otra” que funcione como inconsciente, como lo que una vez llamé de
deseo negro (el deseo que no quiere quedar fijado en ninguna adicción, principalmente
la del poder). Veo, así, a lo inconsciente como una “ reserva salvaje” que se
constituye en el “entre-nos” :
VI. De la
imposibilidad de ser la “otra” .
Falta en la Filosofía
del Derecho los creadores y sus otras : el “entre-nos”?.Les falta a los
juristas su reserva salvaje?
En realidad los
juristas, por tradición, piensan que dominan un discurso social rector y no
esperan nada de lo psicoanalítico o lo político (como tampoco de cualquier otro
pensamiento sobre lo social). No hay ninguna demanda para esas dos direcciones.
Los juristas no quieren tener ni ser la otra..
En su negativa de”
tener- ser” la “otra” los juristas tratan de valerse de los psicoanalistas como
un argumento que puede ser sumado a sus tradicionales recursos de
interpretación de las leyes y niegan lo político fundiéndolo con sus creencias,
en la legalidad abstracta.
Así las cosas, lo psicoanalítico
y lo político solo podrían contribuir (en una primera intuición) como las zonas
extrañas que le faltan al Derecho para poder alterar la imagen de su propio
pensamiento, sus afectaciones significantes, (esos flujos vaporosos de
apreciación que llame en otras oportunidades de sentido común teórico) y
desalambrar su delirio en un alboroto semiótico que desemboque en un proceso
creativo, en un cambio de las coordenadas enunciativas. Ayudarlos a encontrar, en
términos deleuzianos, sus primeros filósofos del Derecho (como estéticos).
Hace muy poco tiempo
que un reducido número de juristas consiguen comenzar a pensar al derecho como
un” algo” que debe ser creado en su propio transcurrir, falseando
(carnavalizando o mostrando surrealisticamente) ideas preestablecidas, dejando
de pensar la creatividad jurídica como una actividad de interpretación de los
sentidos de las leyes que organizan el Derecho, apenas como la dilucidación de
componentes ya existentes. La creación jurídica revista como irrupción de otras
coordenadas enunciativas. La creación del derecho como el deseo del poeta. La
creación que llama al deseoso: lo poético que encuentra un punto de fuga en
cualquier situación (Nestor Perlongher).
Los juristas nunca
consiguieron atribuir un carácter positivo a la indeterminación y a lo
indecible. Nunca consiguieron escapar de sus fantasías de seguridad, inclusive
cuando hablan en nombre de la equidad. Inventaron la tipicidad para evitar que
los juristas cambien sus modos de pensar. Hace poco más de veinte años que
comienzan a aceptar que existen indeterminaciones de sentido en las palabras de
la ley. Y cuando yo dije por primera vez estas cosas, casi me cuesta la vida en
la argentina de Videla.
Sospecho que no
existe un devenir jurídico. Los juristas reflexionan sobre lo abstracto o lo
histórico sin crear nada y sin conseguir hacer sus propios movimientos de fuga
(la huida hacia sus indecibles). Sus principios de crítica y ruptura no pasan
de una afirmación de identidad, por y en sus tradicionales imágenes de
pensamiento, siempre en el interior de sus viejos aparatos institucionales: el reciclaje
ilusorio en los circuitos del orden jurídico oficial. Este sería el caso de los
usos alternativos del derecho, con alguna prensa en el Brasil). La crítica
jurídica incidiendo de un modo artificial en la trasformación social brasileña,
mientras reaparece el temido “quebra -quebra” como una forma salvaje de fuga de
la segregación.
Claro que existe la
contrapartida del proceso de destitución de Collor. Pero este pliegue de
subjetivación colectiva tiene que ser leido: 1) como un acto de afirmación de
la ciudadanía que denuncia; 2)como una grave falta de pasaje entre los
juristas.
No hay en lo jurídico
el devenir como fuga de creatividad, que levanta interdictos abriendo una
polifonía de posibles. Falta el vértigo de muerte como tentación de alteridad
absoluta, diria Guattari. Falta el juego poético con el límite, que aleja
ciertos componentes de semiotización y transforma los agenciamientos de enunciación
y posibilidad.
Estoy queriendo, con
todo esto, decir de un modo indirecto, que lo jurídico precisa de lo
psicoanalítico y lo político, como factores de constitución de la” otra” del
derecho (así como de los puntos de fuga) pero no puede funcionar –por el
momento- como la “otra” de lo psicoanalítico o de lo político (la búsqueda de
lo indecible que altera la subjetividad). El derecho porta y garantiza una
imagen ilusoria de si mismo, un arsenal de deseos vaporosos que tienen más que
ver con un mercado de consumo de la seguridad, lejos de los procesos de
subjetivación que minan los cálculos de la dominación. Inclusive jugando el
juego de la transgresión no consiguen
cambiar su modo de pensar. Por eso pueden cooperar poco como” otra” en los
movimientos que alteran la subjetividad, en el devenir emancipador de la
subjetivación (la alteración de los acontecimientos, por desvíos de enunciación
y posibilidad, que permite decir lo indecible: lo nuevo como los dichos de lo indecible).
En el deliro nadie consigue ser la otra.
VII. La ciudadanía
que se cuida
Los juristas tienen
que huir de sus poderes de domesticación, desterritorializarse en busca de
otros territorios, huir de la reflexión jurídica para aceptar el derecho como
indeterminación de una mirada fijada en nuevas posibilidades de existencia, de
subjetivación (sin simular la huida en un uso alternativo de las leyes). Los
juristas tienen que huir de sus formas reflexivas, escapar hacia el
psicoanálisis y la filosofía política, para aceptar la creatividad, lo nuevo y lo
indecible en su filosofía. Una creatividad que les permitiría estar más
próximos de los movimientos reales de la sociedad y menos vulnerables a las
propuestas capitalistas de negociación de las condiciones de existencia. Los
juristas tienen que huir para lo indecible. Los juristas tienen que salir
huyendo de sus verdades de hierro, escapar buscando sus “reservas salvajes.
Por tradición el
Derecho no pasa de una forma de negociación de la segregación. La negociación,
como bien indica Deleuze, no es más que una forma de ocultar ciertas
cuestiones, de bloquear los movimientos de los inconformados.
Y para huir de esto,
los juristas precisan arriesgar en la creatividad, haciendo una filosofía de
nuevos estilos de pensamiento jurídico. Apostar en lo indecible. Tartamudear, diría
Deleuze, en la lengua armoniosa del Derecho, para trabajar sus imposibilidades,
sus totalizaciones banalizadoras, sus semióticas inmovilizadoras, sus transparencias
invisibilizadoras. Inclusive crear el Derecho como imposibilidad (como plano de
inconsciente) como situación-límite, para liberar, a partir de esa
constitución, vectores de nuevas posibilidades de existencia. Presumo que
delante de la imposibilidad (en el límite que ella marca) se puede hacer el
movimiento del Derecho, creando planos de inconsciente, que lo vinculen con lo
indecible y lo ayuden a ser la otra en la producción de la subjetividad
dislocada.
El Derecho precisa de
un componente no juridicista, que el psicoanálisis y la filosofía política les
pueden otorgar. Para qué?. Fundamentalmente para hacer de la fuga de lo jurídico
un estilo, algo que desequilibra el pensamiento acomodado, haciéndonos ver,
sentir y pensar lo que permanecía oculto, liberando vida de aquello que la
aprisiona.
Al Derecho le falta
una Filosofía que esté en función de una ciudadanía por llegar, que todavía no
tiene lenguaje. Al Derecho le falta una estética de la existencia, un arte de
vivir y de crear un estilo de vida. Esas son las imposibilidades que le adjudico
para huir de sus formas reflexivas. Me escapé del Derecho como de un casamiento
tedioso, para tratar de encontrar lo que llamé la” otra” de los juristas, su
reserva salvaje. Una otra que no existe, pero que precisa ser inventada para poder
pensar lo múltiple y lo segregado, el devenir de la subjetivación en el
Derecho.
Una lógica de flujos
contra el sacerdocio de lo jurídico, contra su deliro que opera en lo real. Tal
vez mi forma de tratar de cambiar el delirio jurídico, por una fabula de
subjetivación: lo jurídico formando parte del cuestionamiento de las
condiciones de vida existentes, y de la búsqueda de una nueva subjetividad.
VIII. El
psicoanálisis como pedagogía de los cuidados.
Traté de crear un
nuevo análisis del Derecho. Me esforcé por mirar al Derecho desde las
condiciones de existencia, para poder colocarlo en su interior como parte del
devenir subjetivante de la ciudadanía, y no como el lenguaje normativo de un
oficio. El Derecho como reflejo de los cuidados que precisamos tener con el otro
(como individuo y como colectivo). Principalmente el “Estado de Derecho” como
un cuidado de si mismo y del otro. El” Estado de Derecho” como estados de la
subjetividad. El estado de Derecho como una ética, una estética y una filosofía
a través de la cual aprendemos a cuidarnos del poder que nos maltrata.
Sería el Derecho que
se fuga del Estado y de sus instituciones para instalarse, creativamente, en
los vínculos con el otro. El Derecho en la ciudad, fuera de las ciudadelas. El
“Estado de Derecho como los” estados de la ciudad”. El derecho como una
dimensión amorosa que se mueve con y en la vida (algo asi como el Derecho
satisfaciendo las exigencias del principio de realidad). El Derecho como agenciamiento
de una ciudadanía subjetivante, como un” inusitado de subjetivación” que crea
brechas de sentido autofundadoras de nuevos modos de existencia (ya sea en
grande o pequeña escala).
Así llegué al
psicoanálisis buscando un Derecho que funcione como una forma de los cuidados.
Creo que desde lo psicoanalítico se pueden encontrar las mejores formas para
aprender a cuidarnos, para trabajar al amor como una forma de los cuidados.
No vacilo en sostener
que una pedagogía de los cuidados mutuos, está en la base de las intensidades
semióticas que pueden recrear una importante familia de enunciaciones
comprometidas con el Derecho. Así, las coordenadas de enunciación de los
Derechos humanos, de la ciudadanía, de la democracia, y del Estado de Derecho podrían
adquirir nuevas resonancias al ser vinculados con una práctica de los cuidados.
Y sin olvidarnos, siguiendo a Deleuze y Guattari, que la filosofía y la ecología
precisan ser vistas como prácticas que enseñan a la humanidad a cuidarse.
En el texto hablé
muchas veces de la huida, ella tambien tiene que ser vista como una forma de
cuidado. Uno se fuga para cuidarse de las clausuras que impiden el crecimiento
de la multiplicidad, que imposibilitan la producción de lo nuevo, ese decir de
lo indecible.
IX. La ciudadanía
como subjetividad
Me gustaría traer de
nuevo la cuestión del “Collorgate”. Me parece un buen ejemplo de una forma de
Derecho que se experimenta en la vida, y que se vale de la ley como instrumento
final de un cuidado, que hace del Derecho una instancia externa del poder y del
saber. Fue un momento de carnavalización del Derecho que le hubiera gustado ver
a Bajtin. Las verdades jurídicas fuera de su lugar y una ciudadanía que deja de
ser espectadora. El Derecho en la plaza como acontecimiento. La resistencia
convertida en una fiesta, sin barricadas. La alegría que conecta singularidades,
como expresión de un mundo posible.
El acontecimiento
col(l)orido sirve como punto de subjetivación que inspira otro recorte en el
pensamiento jurídico, apuntando para los momentos en que los devenires irrumpen
en la historia como anticipación y sentido de lo indecible : La posibilidad de
un pensamiento jurídico que no se preocupe con los derechos codificados, sino
con todo aquello que constituye un problema para el Derecho.
El inmenso movimiento
de alegres reivindicaciones que provocó Collor, representa un punto de
subjetivación colectiva que busca alterar todo un estilo de vida, una concepción
de las relaciones políticas: un cambio existencial colectivo que reintrodujo la
ética y la legalidad en la política. Fue un cambio en la subjetividad
colectiva, un gran deseo colectivo aniquilando el substrato de una inmensa
estructura de corrupción y pérdida de legalidad. La búsqueda de una
reterritorialización emancipatoria de la subjetividad frente a la problemática
del desamparo. Lo que importa es que fue un complejo de subjetivación que
permitió a las personas recomponer una corporidad colectiva, saliendo de sus
repetitivas letanías. Crearon algo que los reconfortó en un agenciamiento
colectivo, algo que los dejó vagar menos en el desierto cotidiano. Encontraron
algo de lo indecible político- jurídico y lo dejaron surgir.
Fue un botón que me
basta como muestra Me sirve como sugerencia para un estilo de vida jurídica no
juridicista, de una subjetividad ya no relacionada a ámbitos de validez
normativos (que son una alienación de la alteridad).
Ahora bien, la
cuestión que me pongo por delante es la de ver como eso puede proyectarse para
la subjetividad especifica de los juristas, es decir como podemos cambiar su
mentalidad, sus problemáticas, como sacarlos de sus mirantes.
Cómo hacer para que
los juristas no piensen el Derecho en el estrecho marco de las leyes?. Acaso el
Derecho no puede también ser visto como parte de la multiplicidad de intensidades
semióticas que envuelve el termino ciudadanía? Ser algo en un cambio en el
estilo de vida. Creo que si, pero para eso precisamos de juristas dispuestos a
ser filósofos estilistas. Filósofos que inventen ciudades subjetivas para el
Derecho, para ver si ellas pueden servir en la lectura de lo nuevo y en su
constitución como realidad. Filósofos que creen figuras y conceptos, que como
el deseo, sirvan para constituir la realidad: el filósofo del Derecho también como
un gran fabricante de subjetividad (en el punto de descubrimiento de nuevos problemas,
el Derecho como experimento de vida. Los juristas precisan de filósofos que los
ayuden a entender el Derecho, como un cambio permanente de la ciudadanía en
tanto subjetividad. Basta con una idea de ciudadanía incrustada en el viejo
mito del sujeto de Derecho. La ciudadanía es subjetividad productora de realidad
(sin ninguna voluntad totalizadora), subjetividad sensible para hacer
bifurcar la existencia, gerenciar focos “mutantes”, “inusitados de
subjetivación” (la subjetividad surrealista que presenté en el manifiesto del
surrealismo jurídico) La subjetividad capaz de hacer decible los componentes
heterogéneos de una nueva configuración existencial: los “inusitados de
subjetivacion” aptos para las rupturas de sentido autofundadoras de existencia.
Este es un buen punto de partida, que todavía no puedo enunciar
satisfactoriamente, lo tengo bastante sumergido en mi propia zona de
indecibles, me revolotean como esas mariposas que siento despertar en el
cuerpo, en el inicio de una pasión.
X. Provocaciones para
juristas acomodados
Rescatando algunos
componentes de mi zona ciega, trataré de enunciar un muy provisorio esbozo, que
quiero proponer a título de algo muy intencionalmente provocador.
Trataré de
provocarlos proponiéndoles pensar al Derecho como proceso de subjetivación (un
complejo de retornos) que actúa creando la realidad del Derecho, actuando y
actualizando virtualidades de lo real. Seria, como punto de partida, el Derecho
situado en la inmanencia del devenir transformador del entre-nos”, que son
estados de transformación de la subjetividad - creación de acontecimientos que
nos permite salir de un “estar siempre-igual- asfixiados”, de “esos ya -dichos
desde -siempre”. La demanda de lo nuevo como fuga de la asfixia (monotonía,
dominación, exclusión, el horror socialmente instalado).
Sería el Derecho como
devenir revolucionario de la ciudadanía, de una ciudadanía colectiva
caracterizada como subjetividad productora de nuevas condiciones de existencia.
Sería el Derecho fuera de las normas. El Derecho como reserva salvaje de los
discursos que enuncian las leyes (para decirlo en forma simplificada). La
ciudadanía colectiva como la otra de lo que la ley dice. La “Constitución de
las virtualidades”, una expresión de la esperanza frente a la asfixia.
Sería el Estado de
Derecho demandando a la ciudadanía como “Constitución Inmanente”: un plano
poético que va abriendo brechas (nutre participaciones) en la estructura
desencantada de una sociedad engañada. Lo colectivo que trata de construir la
reserva salvaje como Constitución. La Constitución de los indecibles (sueño de
otros mundos posibles ) que intenta minar el manejo oportunista de las leyes.
En otros términos:
estoy dando un concepto desviado del Estado de Derecho como un estado de
subjetividad en permanente alteración. Es decir: la alteración socialmente inmanente
de las condiciones de existencia posibles y deseadas (el retorno de lo
jurídico) el deseo de lo nuevo (que en el Derecho es siempre un deseo de huir
de la asfixia y sus reglas - las leyes espuriamente aplicadas).La ciudadanía
cartografiada en su deseo estético.
El Estado de Derecho,
así caracterizado, es una narrativa que sostiene y se confunde en parte con el
devenir de subjetividades, pautado en este texto como ciudadanía: el ciudadano
colectivo como “Constitución inmanente”.
En otras palabras” La
ciudadanía como subjetividad productora de realidad contiene un plano
inmanente, una reserva salvaje, su otra, el derecho que no se atrevió a ser,
que llamaré de “Estado de Derecho”. Y la “Constitución subjetiva” será todo lo
que de él podamos revelar.
Así, afirmaré lo
constitucional en dos planos en comunicación permanente:
a) el de las reglas
(lo ya dicho) -b) el de los limites y fugas frente a las reglas aplicadas (la
capacidad utópica de soñar y provocar acontecimientos anticipadores) es decir,
la actualización utópica del “Estado de Derecho”. Lo que enuncia el Derecho a
lo nuevo. Estoy hablando del deseo de alteración de la subjetividad como
substancia constitucional dada en los acontecimientos. .
Esto me lleva a
sostener un concepto de Constitución como subjetivación, que todavía no
encuentra expresión normativa, se enuncia estéticamente como esperanza, como juego poético con el límite. Esto lo veo
así, porque entiendo que lo nuevo en Derecho y política, sólo puede ser
enunciado a través de la expresión poética. Y no veo por qué no llamar de
Constitución a esa enunciación estética de la ciudadanía.
XI. El equívoco
deleuziano frente a la Filosofía del Derecho
Puesto todo esto,
quiero disentir con la concepción que Deleuze tiene de la filosofía del
Derecho. Estoy en desacuerdo con su idea de que lo que es creador en el Derecho
es la jurisprudencia. La jurisprudencia es para él, la filosofía del Derecho.
Algo que los juristas ya decían hace mucho tiempo. Pero ella es tampoco
creativa como los códigos. Hay en la jurisprudencia un engañoso sentido de
creatividad. La jurisprudencia, al igual que la teoría jurídica no pasa de un
uso del lenguaje sobre otros lenguajes (ambos con poder prescriptivo). Sólo una
hermenéutica de lectura que sostiene retóricamente las decisiones. Me parece
que aquí Deleuze fue muy poco deleuziano. La jurisprudencia no falsifica nada,
no es ningún devenir, no establece imposibilidades ni nuevas apuestas de
pensamiento.
Ella se limita a la
aplicación, caso por caso, de un modelo abierto de lenguaje. Es simplemente la
pragmática de un lenguaje que contextualiza términos genéricos.
Únicamente un uso del
lenguaje jurídico. No es creativa en términos deleuzianos, tan sólo denuncia el delirio que los juristas
tienen sobre el comportamiento de su lenguaje: una creación de sentidos para la
ley, que no se coloca la cuestión de la creación de texturas heterogéneas, ni
de una relación inédita con lo social. Es un simulacro de creatividad, que
intenta inclusive presentar toda redefinición de las palabras de la ley como un
“ya visto”, un “ya definido desde siempre “: la negación de la enrancia sin fin
(política y poética) de todo lenguaje jurídico.
La interpretación jurídica
es una negociación cargada de cinismo. No veo ninguna creatividad en el
cinismo.
Creo que lo de
Deleuze es un buen ejemplo de cómo los juristas nos atraparon con su
subjetividad magnetizadora, ejercieron histéricamente su discurso de seducción.
XII. Cierre
Creo que he recorrido
un sinuoso camino de impresiones múltiples, senderos siempre al borde de una
bifurcación borgiana. Fue la forma que opté para esta comunicación, como un
material de potencias: marcas para eventuales recorridos cartográficos, o si se
quiere destaques para una carnavalización de las narrativas jurídicas. En fin,
pliegues de mi complicidad con Deleuze y Guattari.
Creo que si el
jurista puede escuchar todo esto, ya es un punto de subjetivación, de giro. Ya
es un cambio. Un enriquecimiento de virtualidad. Y esto es todo lo que, por el
momento, estoy consiguiendo decir.
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