22 de septiembre de 2009

Manifiesto del surrealismo jurídico: trigésimo séptima entrega

Considero mi libro “La ciencia Jurídica y sus dos maridos” como el embrión de este manifiesto. El “carro-chefe” de este texto fue la noción de la carnavalización. Con ella Bakhtin enriqueció la crítica literaria revelando los dispositivos discursivos más visceralmente comprometidos con las dimensiones simbólicas de la política.
Un lenguaje sin reservar, profundamente erotizado, que hace de la literatura una dimensión del espacio público. Me estoy refiriendo al espacio público como lugar de producción colectiva del deseo y de las significaciones. Un lugar donde el ejercicio de los poderes se enfrenta con las fuerzas que lo resisten.
Cuando se habla de la carnavalización se quiere hacer, sobre todo, referencia a un determinado tipo de imaginario: el imaginario carnavalizado, que no es otra cosa que una imaginación surrealista. Una tentativa de ilimitar al lenguaje.
El imaginario carnavalizado produce siempre sorpresas en las significaciones.
Otorga a los acontecimientos los datos que recibe de los sentidos efectos y articulaciones inesperadas. Es imaginar, por ejemplo, que en el infierno una gota de sudor de un condenado, cayendo sobre un candelabro de bronce, lo derrite. En fin, un imaginario que organiza sus significaciones al margen de la pertinencia que los códigos consagran, vale decir, de las homogeneidades que hacen de los sentidos una lengua: sentidos que no son interiores a los códigos, pero sin que sus ambigüedades constitutivas alcancen un nivel intolerable.
Estoy hablando de un imaginario productor y no consumista, privilegiando la instancia de producción en la instancia de reconocimiento de las significaciones. Esto es: empleando una gramática de reconocimiento de los sentidos que siempre le acrecientan un “plus” de significación al reconocerlos. Se solicita, de esta manera, una práctica social permanentemente productora de suplementos de significaciones. En la univocidad de los sentidos el hombre no encuentra nunca una visión crítica de la sociedad. El discurso nítido se encuentra permanentemente amenazado por la estereotipación. Es una amenaza constante a la reflexión. Brinda una significación de constreñimiento.
La carnavalización es una permanente provocación al imaginario del hombre. Provocando el imaginario es que se lo desaliena. Es una provocación basada en la propuesta de un espacio lúdico de lectura del mundo y sus discursos. Y ese espacio lúdico tiene un enorme valor pedagógico en la medida en que descaracteriza el saber y el poder relativizándolos constantemente. Existe, así, la posibilidad de la pluralización de los sujetos que entran en diálogo con las significaciones, para tornarse protagonistas y no más espectadores del discurso.
Todos nos consideramos, cotidianamente, en la existencia de lo real. En el fondo, un producto del excesivo valor utilitario que los hábitos del imaginario colectivo depositaran en los signos del lenguaje. La realidad no es otra cosa que una dimensión del imaginario social. Es un producto de la cultura. Otro tanto podría decirse de la verdad. En ese sentido, la realidad es el producto de la institucionalización de algunos hábitos imaginativos. Estamos delante de un conglomerado de ficciones que establecen inconscientes barreras a nuestra capacidad de soñar. Es la realidad como límite. Es una realidad que niega el erotismo de las significaciones, que niega nuestra capacidad de relacionarnos con las verdades a través de ella.
En el fondo, estoy predicando una vuelta al mundo griego donde las verdades dependían de Eros, la libertad, del autocontrol, y la belleza, de una estética de la vida.

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