16 de septiembre de 2009

Manifiesto del surrealismo jurídico: trigésimo cuarta entrega

Las sociedades precisan mantenerse cohesivas para preservar sus instituciones como un todo. Ellas aseguran su institucionalización cohesiva produciendo socialmente a los hombres como fragmentos flácidos y complementos de la sociedad, condicionándolos para reproducirla.
Los hombres son socialmente producidos a partir de una tela de significaciones que permite, orientando y dirigiendo, toda la vida social para preservar la cohesión.
Existe en ese magma de significaciones imaginarias sociales un tipo de poder, impersonal y anónimo, que precisa ser comprendido como el poder inherente a todos los sistemas de significación. Se trata de un poder que emana de la propia estructura semiológica de la sociedad: el poder de la significación. Pienso que el hombre va encontrando su autonomía transgrediendo ese poder de las significaciones. En esa trasgresión el puede encontrar los medios para impedir el devenir de la sociedad rumbo al pos-totalitarismo.
Examinando algunas tendencias del totalitarismo me permitirá anticipar una forma de sociedad apoyada en saberes que prescindan, radicalmente, de la intervención deseante de los hombres. Para nuestro espanto, la producción institucional de la subjetividad estaría encaminándose para un futuro sin oportunidades: cuerpos vacíos, prohibidos de pensar y de identificarse con cualquier tipo de significaciones.
El propio saber, que constituyó históricamente el sujeto, comienza a destruirlo. El hombre va perdiendo su condición de sujeto para ir adquiriendo la condición de elemento de una configuración pos-totalitaria: idiotas lobotomizados, que entregarán dócilmente sus cuerpos al Estado sin más fuerzas para entender o justificar esa entrega; de la producción instituida de la subjetividad se pasará para un proceso de destrucción institucional de los sujetos. El estado no perderá mas su tiempo produciendo ideología o cualquier otro tipo de simulacros dorados. Entonces no habrá más tiempo para la filosofía, las artes, la educación y el Derecho. Estará también definitivamente abolidos todos los espacios de interacción. Será un tiempo sin argumentos, sin normas ni sentimientos, será el tiempo del vacío comunicativo: la estación final del totalitarismo.
Cuando pienso en las condiciones de posibilidad de un orden irreversible totalitario, no puedo dejar de vincularlas a la pérdida total de las funciones críticas de la razón. Para recuperar esa dimensión crítica es preciso una razón que, ampliando sus horizontes lógicos, consiga hacer la crítica de la propia razón y sus propuestas de comprensión del mundo y de la sociedad. Dicho de otra forma, me parece que los espacios de resistencia democrática (entendidos como lugares de contestación al totalitarismo) exigen, para su viabilidad, que repensemos el concepto de razón basado en la relación sujeto-objeto. Este modelo de razón solo permite pensar el aspecto cognitivo e instrumental de la producción del sentido. Se trata de una forma de razón totalmente conformista, transformada para la manipulación, la disciplina es el dominio; transformada para la producción de un mundo totalmente administrado por las instituciones. Estamos delante de un modo de razón que termina siendo víctima de los efectos represivos y disciplinarios (control y anulación de los deseos) del poder.
Pensando la democracia como el sentido de una forma de sociedad que va encontrando su devenir, construyendo espacios de resistencia a las prácticas de dominación disciplinaria o supresión de la subjetividad, no es difícil entender la necesidad de sustentar la producción simbólica de esa forma de sociedad en una razón que no se basase más en la figura privilegiada del sujeto y sin una relación entre sujetos, en una razón comunicativa y abierta.

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