16 de septiembre de 2009

Manifiesto del surrealismo jurídico: trigésimo tercera entrega

La democracia demanda un uso surrealista del pensamiento como forma de resistencia a una sociedad inmovilizada por un sistema de imágenes, una mirada perpetua y omnipresente que va tornando irreversible un abuso de dominación y de poder, que acaba aniquilando toda posibilidad de pensar, decidiendo, permanentemente, lo que debe ser reprimido por nuestra conciencia. La cultura pos moderna no está tirando toda confianza en nuestra producción psíquica, en nuestros deseos y en nuestros pensamientos. Una cultura que nos deja la curiosa sensación de que el ser humano no pasa de un simple “maniquí”.
De este modo, podemos pensar el totalitarismo y la democracia como momentos antagónicos, que en su interacción recíproca van configurando la dimensión simbólica de una forma de sociedad. La democracia, como resistencia simbólica al totalitarismo, y el totalitarismo como resistencia simbólica a la democracia.
Mi hipótesis es la de que la institución social produce los modos totalitarios de las relaciones humanas incluso en sus representaciones inconscientes. Ella fabrica la relación con la producción, con la naturaleza, con el cuerpo, con el presente, el pasado y el futuro. Intentando controlar o apoderarse de la totalidad de nuestra personalidad.
La institución social, como un todo, va produciendo una subjetividad totalitaria, que con un grado bastante alto de eficacia, permita el tratamiento de lo real a través de un símbolo monstruoso y delirante, camuflado como sensatez; produce lo absoluto sin significado, lo insignificante simbólico; la significación reducida a banalidades. Un camino que nos va llevando a la posibilidad de sobrevivir en un cotidiano donde será prohibida la atribución de significados para el. Hombres prohibidos de enfrentar su realidad.
Lo que voy a discutir aquí es, en resumen, la posibilidad de pensar la democracia como un modo de enfrentar la realidad atribuyéndole, solidaria y colectivamente, sus significados, resistiendo al insignificante símbolo, esto es, enfrentando la realidad atenta e impremeditadamente. De esta manera, la democracia aparece como la producción de significaciones imprevisibles, abiertas a lo nuevo y creativas. Estoy hablando de la democracia como resistencia creativa, como resistencia imprevisible a un orden totalitario, que por su vez no admite lo nuevo en la historia.
La democracia es una condición de significación, que comanda nuestros procesos de autonomía, abriéndonos a la imprevisibilidad de sus significaciones.
El totalitarismo es una condición de significación opresiva, que sirve para construir la imagen oficial de la realidad. Se trata de una realidad, que en la pos modernidad va tornándose incapaz de engendrar la ilusión de un mundo grandioso, un mundo que podamos adorar encantados y, paranoicamente, a prueba de vaciamientos. Estamos delante de una imagen oficial de la realidad que cada día se apoya más en la apelativa al cinismo vulgar.
El totalitarismo es un proceso de producción de significaciones que se sustenta en la negación de su carácter procesal. En su sistema de representaciones no puede existir cualquier proyecto, cualquier actividad significativa orientada para el futuro. El va a ser exactamente como el presente. Apenas una cultura absolutamente subordinada al ilimitado desenvolvimiento de un poder militar y tecnológico: las armas y la informática en sustitución a los deseos. Se trata de la sociedad de consumo siendo, al poco tiempo, sustituida por la sociedad de armamentos e informaciones obscenas. La fuerza bruta dando sentido a las prácticas sociales por el interés de la fuerza bruta y sin más himnos de gloria. Una práctica de dominación que no exige más sentimientos o pensamientos favorables, apenas acciones sin resistencias.

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