24 de septiembre de 2009

La vuelta al amor en ochenta mundos


Para Albano Pepe uma respuesta desde una escrita lo mas amorosa que consigo exprimir.

Primer movimiento


1.- A Julio Cortazar, autor predilecto de mis dieciocho años, le debo la tácita autorización de plagiarlo en el título de este libro y la libertad de alterarlo sin ofensas; el por su vez habia hecho lo mismo con su tocayo Verne. Esta es la segunda vez que efectúo un plagio con desvíos autorizado por Cortázar; la primera fue en ocasión de haber elegido el titulo “La ciencia juridica y sus dos Maridos” para uno de mis primeros libros; el que escribi con el propósito de mostrar como lo poético se introduce como expresión filosófica para el Derecho, por lo menos indicando un camino. En esa ocasión la intención usurpadora fue solo en el título, el resto tiene poco que ver com Jorge Amado. Esta vez quiero rendirle mi pequeño homenaje, e indirectamente a Albano, intentando copiar su estilo, sus climas confesionales, su surrrealismo a la porteña, algo del formato de la vuelta al día, pero no como un fama que no se atreve a trasgredirlo sino como un cronopio antropofago dispuesto a hacer de Cortázar la marca contagiante de varios de sus devenires, presente como semilla entre las ruinas de sus cuerpos sucesivos, de sus cuerpos que huyen de las agendas. Cortázar siempre fue el gran extranjero en mi lenguaje interior, el que constantemente lo provoca para hacerlo trascender a si mismo

En la segunda edición de la “Ciencia jurídica y sus dos maridos” decía que el amor era una raridad. Le echaba y le sigo echando la culpa de esa casi imposibilidad al paradigma de la modernidad y sus opresivas formas de ilusionarnos sobre la realidad. En el amor la condición moderna nos eludió sobre el casamiento burgués, sobre la monogamia, alienándonos en la idea que un casamiento sólido y bien sucedido (vendiéndonos la creencia de que la solidez era un atributo fundante del amor) dependía, entre otras representaciones ideológicas, de la necesidad de contar con un otro que funcione como nuestra alma gemela, el par perfecto, o nuestra media naranja, la otra mitad, igual a nosotros mismos, que nos complementa para transformar los vínculos de amor en naranjas hermafroditas. En el fondo la búsqueda en el otro de uno mismo. O si vos querés, Albano, la búsqueda del otro como transferencia . Algo terrible, dramático, pero sobre todo una constante masiva en la condición moderna, que pasa desapercibida por mil artificios ilusorios en el que se diluyen sus trampas perversas. Yo me busco en el otro como si el fuera un bastón en el que me puedo apoyar porque no puedo encontrarme conmigo, perdido en un aluvión de creencias ilusorias, en la matrix que organiza la realidad como sistema de ilusiones. Lo hiper- real como algo más satisfactorio que lo real. El otro no existe como diferencia carnal, visceral, real, neurótica y encantadora. El otro existe dentro de mi como mi ficción idealizada, mi pasión fuera de la historia. Los dolores del otro pasan a ser míos y yo espero, exijo que los míos se transformen en los suyos: quiero al otro siempre diluído en mi. Nunca consigo ver al otro en su autonomía, quiero al otro pegado y dispuesto con alegría, a ser clonado como una parte mía. Como si todo eso fuera posible y no la consecuencia del delirio de un sistema perverso de ilusiones. Como máximo consigo ver al otro como objeto. Cosifico la alteridad, corriendo el riesgo, casi la condena de convertirme en un tóxico -dependiente del otro-. Hablo del sujeto apasionado, el que buscando ser en el otro, termina convertido en un objeto desmesurado. Cuando nos buscamos en la proyección idealizada de nosotros en el otro, lo único que conseguimos es la pérdida de nuestros devenires de autonomía, objetados (en el sentido de tornados objeto) por una pasión desmedida. Sentimientos amorosos expresados desde idealizaciones desmedidas y dependencias afectivas que nos arrojan en los torrentes de la pasión, alejandonos de una posibilidad de establecimiento de una relación de amor. La pasión, siempre la veo, como un ingrediente tanático que aleja nuestro sentimiento del amor y lo aproxima del narcisismo de muerte.

El amor romántico, impuesto como ceguera de las concretudes cotidianas, del dolor de mirar al otro como diferencia, en sus sueños y verdades, fruto de sus deseos y no de los míos, es una idealización de los sentimientos amorosos. Es el sistema de ilusiones, la matrix del amor ,que permite construir en nuestra cabeza a otro que nos imaginamos portador de capacidades absolutas para amparar nuestra soledad, nuestro desamparo primordial e imposible de ser vencido, superado. Construimos un otro fantástico, dueño y señor de una identidad mágica, capaz de transformar nuestras fragilidades, nuestros fantasmas, nuestros desequilibrios emocionales, nuestras faltas de amor en capacidades. Mecanismos de idealizaciones desesperadas que convierten al otro en una ficción de perfección, en un Mefisto de rostro angelical y femenina belleza. Un mefisto angelical al que le concedemos el derecho de ser el tutor de nuestras búsquedas de autonomía; que monitoreadas por usurpadores estarán condenadas de antemano al fracaso. Transforman la autonomía en dependencia. Hacen de esa relación con el otro un vínculo tóxico. Convierten al individuo idealizante en un alterodependiente. El idealizado, en contrapartida, queda reducido a la condición de un devorador sofocado.

Las idealizaciones de amor, unilaterales, bilaterales o trilaterales imposibilitan la construcción de relaciones y sentimientos amorosos mágicos, cargados de poesía surrealista. Particularmente pienso y siento (pienso-sintiendo, ejercito mi razón-poética) que sin la construcción de un real maravilloso como espacio de amor las idealizaciones enceguecedoras hacen del sentimiento amoroso un espacio tóxico, les falta una estilistica de la existencia y les sobran abstracciones ilusorias. Les sobra pasión. Aunque sueñe extraño, la pasión no es poética; es una pura expresión melodramática de sentimientos. Yo no consigo, particularmente, ver poesía de amor en el melodrama. Podríamos hablar de una estética del melodrama, pero no de poesía de amor, que es siempre un avance de espiritualidad. Lo poético es elevación espiritual, no importando desde que lugar se produzca ese ascenso del espíritu (el lugar de la espiritualidad en lo poético amoroso proviene de las reservas salvajes). Ahora bien, sin elevación, no hay acción poética amorosa. El melodrama es un declinio de espiritualidad, nada más.

No consigo, tampoco, ver poesía amorosa en el romanticismo. El nos propone una falsa o ninguna estilistica de la existencia. Hablar de amor romántico no es algo que tenga que ver con lo amoroso auténticamente poético. En el romanticismo únicamente existe una apariencia de lo poético. Cuando hablo de lo poético en el amor, cuando me siento inundado de poesía, me estoy refiriendo a un proceso de desnudamiento de las almas. Almas que se desnudan, que adquieren recíprocamente una intimidad, generalmente, inesperada, muchas veces instantánea. La aproximación poética torna deliciosa el vínculo de amor. Ella puede darse, o iniciarse en cualquier momento de un relación, entretanto, si es un acto inaugural le otorga a una eventual y posterior aproximación de los cuerpos una dimensión absolutamente fantástica. Ahí es donde podemos hablar de realismo mágico en el amor. La intimidad de dos cuerpos desnudos y únicamente cubiertos por la poesía. Ahora bien, si primero se produce el desnudar de los cuerpos, si la primera intimidad es cuerpo a cuerpo, luego resulta más engorrosa la posibilidad de construir la intimidad poética en la relacion de sensibilidades. Desnudar la sensibilidad después de la desnudez del cuerpo es una tarea bastante engorrosa.

La gramática de la poética de amor proviene de las reservas salvajes.

El amor precisa transitar en las márgenes de la monogamia, tornar a lo monogamia permisible a las transgresiones. Sin trasgredir las parejas monogámicas terminan por no conocer nada del sentimiento amoroso. Es como pretender conocer una ciudad sin salir de su centro administrativo (lo que los Argentinos de la ciudad de Buenos Aires llaman de Micro-centro). Las ciudades se conocen perdiendose en las periferias, recorriendo sus calles como peregrinos y no como turistas esteriotipados por las guías de lugares. Lo que verdaderamente se encuentra es lo que no esta programado esteriotipadamente. “Todos los sábados después de ir al cine hacemos el amor”. El amor precisa dejarse sorprender por la poesía de lo inesperado: el goce.

El paradigma de la modernidad refinó éticamente y de una manera tan exagerada sus ideas en torno al amor monogámico que terminó colocando a los amantes en estado de monotonía radical. Una fórmula para el amor en donde los deberes hablan más alto que el deseo y nuestra necesidad de goce.

Lo cierto es que estamos delante de vínculos afectivos, que son de por sí, altamente complejos, plurales por naturaleza y irrenunciablemente paradojales. Cuando amamos queremos al mismo tiempo, para nosotros, para mi, en mi caso, un plural de vínculos amorosos, con varias mujeres, pero también queremos, y al mismo tiempo a la única, a la elegida, a esa prima entre pares que marca la diferencia. La mujer estable. Esa que es equivocadamente exaltada por las condición monogámica de la modernidad. En la oscilación de ése péndulo se nos va la vida. Queremos tener al mismo tiempo a la “ única “ y a, yo diría, “las varias”. ¿Cómo conseguir la armonía en medio de esos vaivenes? Apostando en una monogamia marginal, de amados y no de amantes. Sin trasgresiones, la monogamia no es solo insustentable, es insoportable. La agonía.

Trasgredir, traicionar, la monogamia es poder ir más allá de nuestro lenguaje ya establecido con la ayuda de una extranjera, en el caso de los hombres, que pueda funcionar como una Gradiva.

Las relaciones de amor son siempre encuentros entre dos manantiales, tormentosos, caudalosos, como el encuentro de las aguas del Río con el Océano Atlántico. Se crean olas gigantescas, las más dificiles y más desafiantes en la vida de un surfista. Ese encuentro, los amazonenses lo llaman la Pororoca. Y el amor es eso, el dificil arte de aprender a surfear en la Pororoca. El arte del equilibrio en las olas más desafiantes. ¿Los amantes están siempre surfeando en una Pororoca que nunca se calma? Mi respuesta, querido lector, ya la sabes.

El modelo de amor romántico que impuso la modernidad es uma matrix de amor.


¿Qué es el amor? ¿Podemos definirlo? Se logrará una conceptualización para el. Salva que seamos ingenuamente esencialistas, la respuesta es negativa. ¿Podemos trazarle una cartografía? ¿Tendremos que resignarnos a comprenderlo interpretando por aproximación los flijos y los devires que provoca en mis cuerpos sucesivos? ¿Podremos establecer para el condiciones susitutivas, al modo en que la modernidad le estableció? ¿El amor como enigma? ¿Podremos resignarlo a tratar de vivirlo sin el esfuerzo de descifrarlo? La íltima no deja de ser una receta atractiva, sabrosa de probar. La receta sirve para mi, pero añadiéndole algunas pistas interpretativas, pistas semánticas, que me sirvan para poder gozar mientras recorro los laberintos de su enigma. Pistas que me permitan distinguir los caminos más interesantes y me evite caer en los callejones sin salida de los despistes, esas sutiles trampas que nos tiende constantemente el enigma del amor. Si bien los enigmas no precisan ser descifrados, requieren de pistas que nos orienten y enriquezcan las posibilidades de poder vivirlo mejor, con mas goce, de una manera más satisfactoria. Las pistas en el amor siempre tornan más ricos las sucesivas escaladas de los sentimientos que suelen ser vehiculizados por la palabra amor.

Sin la construcción de pistas no tenemos como revestir con poesía el encuentro de dos cuerpos con voluntad de amarse.


En un seminario, o taller sobre el amor que en algún momento del pasado conduje en la Maestría en Derecho de la Universidad de Brasilia, Luisa, una de las participantes, colocó como pista, la necesidad que tiene el amor de generar un real encuentro con el otro en cuanto diferente, el amor como el encuentro gozoso con el otro en cuanto alteridad radical. Aceptando al otro como realmente es y amandolo por esa diferencia.

Suely, otra participante, colocó como pista el hecho de que el amor precisa ser entendido como una soledad amparada.

Por mi parte coloco, aquí y ahora, más alla de esas dos anotaciones puntuales que todavía recuerdo, que el amor es un proceso de transferencia que dura mientras la transferencia se mantiene, luego es preciso cambiar de amor terapeutico, que por otro lado es el centro de gravedad que mantiene a un devenir amoroso ergido en sus propios pies.

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