La humanidad está comenzando la era de las fantasías indiferentes. Sueños sin compromiso que permiten fundar un sistema penetrante, pero no abiertamente opresivo, de control de la subjetividad. Se trata de fantasías que deslumbran sin permitir que nos envolvamos emocionalmente con ellas. Es un imaginario construido para neutralizar los afectos. Disney World es la muestra perfecta de ese reino de fantasías impersonales, de la estética indiferente, del imaginario sin pasión. Es el sueño de un mundo que se transforma radicalmente por la fuerza de la tecnología; un mundo donde se erotizan los objetos y se reificam las personas. Nuestros propios sueños y fantasías en nada influirían en el mundo encantado de Disney World. La tecnología roba nuestra capacidad de soñar.
Una ciudad de autómatas y objetos animados que muestra como será la imaginación oficial en el inicio de la cultura pos-moderna. El objetivo es modelar la vida reconquistando para el mundo adulto la omnipotencia infantil, como capacidad de identificación con un mundo idealizado de objetos. Fantasías regresivas que alimentan una simbiosis pasiva con el mundo. Una pulsación a la indiferencia que nos hace adherir a los padrones de comportamiento que roban nuestra capacidad de trascender el orden impuesto al mundo.
La sensibilidad pos-moderna se alimenta de la idea del falso absoluto: imitación alucinante de un mundo que precisa ser teatralizado para preservar los intereses de la propia máquina imitativa. De ahí la necesidad de crear recintos mágicos que sirvan para reproducir una hiper-realidad fantástica. Lo que cuenta es la posibilidad de percibir la perfección de las imitaciones. Así, las cosas pasan a tener valor cuando las percibimos como una fantasía construida como el objetivo deliberado de reproducir, falsamente, la realidad. El hombre es seducido, de esta forma, por falsificaciones que responden de un modo más satisfactorio a sus exigencias cotidianas, suprimiendo la angustia de los conflictos.
Un mundo de objetos cordiales que se integran en el circuito del capitalismo forzándonos a renunciar a cualquier tipo de iniciativa: el ser exiliado por su imitación seductora. Se presenta, de ese modo, una opulenta fantasía icónica que precisa ser consumida en una contemplación ociosa y teatral. El cotidiano pos-moderno propone una existencia que estimula una atención sin precedentes en las imágenes e impresiones artificiales. Comenzamos a vivir una dimensión del cotidiano donde un tejido de espejos torna problemática la singularidad del hombre: objetos y hombres confundidos para estimular una forma patológica de narcisismo: el beautiful people que ve el mundo como un espejo todo-poderoso de grandiosas ilusiones de auto-suficiencia personal, ilusiones que rodean al individuo de fantasías manufacturadas. Ellas lo gratifican totalmente. Estamos delante de fantasías que nos invitan a cultivar una superficialidad protectora frente a la vida y a las relaciones emocionales. Se trata de hombres que nutren sueños de omnipotencia y una fuerte creencia en su derecho de explorar a los otros como objetos descartables.
Es posible que la lógica de la dominación pos-moderna reserve para el hombre un futuro mucho más aterrador, carente de simulacros dorados y saturado de dispositivos que permitan armar un completo y complejo sistema de individualización: un poder de coerción sobre los cuerpos, los gestos y los sentimientos que precisan, cada vez menos, legitimarse a través de fantasías alucinantes. Las falsificaciones doradas como ante-sala de un proyecto de dominación que no precisará más apelar a ellas para perpetuarse. Existen ya bastantes indicios de una sociedad, donde la apología de un Estado permanentemente beligerante sustituirá las ilusiones de un Estado de bienes dorados: el universo tétrico de Orwell ocupando el lugar de las promesas de un mundo encantado, esto es, la lógica de la guerra permanente sustituyendo la lógica gratificante y no-participativa de Disney World.
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