El futuro del totalitarismo puede reservarnos la amarga sorpresa de haber conseguido abolir todas las posibilidades de investidura libidinal del hombre, estas quedarían reducidas a una forzosa localización en los amos del poder, en el gran hermano de Orwell. De esta forma, quedarían abolidos todos los mecanismos identificatorios. La voluntad del príncipe pasaría a funcionar como sustituto incuestionable de la institución imaginaria de la sociedad. Así, todos los indicios de un contrato narcisista serían borrados. El sentido de la angustia no sería siquiera mitigado por el tenue espejismo de las falsificaciones doradas. Estaría prohibido no solo pensar, sino también adherir a una magma dorada de significaciones. En el futuro del totalitarismo es muy probable que se pueda verificar la transformación de la voz alienante en una voz perversa. Estaríamos claramente zambullidos en un “orden social psicótico”. Lamentablemente, el hombre no tendría, entonces, memoria para evocar, nostálgicamente, los tiempos de Disney World.
Apocalípticamente hablando, en la fase avanzada del totalitarismo, el principio de la guerra será el único principio de la realidad.
Un orden social totalitario necesita, para la consolidación de su proyecto, del desenvolvimiento de un discurso que se ofrezca como modelo identificatorio sin alternativas. Un discurso que tenga como finalidad imponer una forma de vincularse a la realidad prohibiendo la interrogación y el pensamiento acerca de los acontecimientos. No se trata de un modelo compartido y abierto a las modificaciones, pero instituido desde uno solo de sus polos, como verdad única sometida a ninguna prueba de realidad y, por lo tanto, sustentada exclusivamente por la violencia. Hombres constituidos en sombras silenciosas. El terror social instalado a partir de una instancia de máxima alienación del pensamiento. La alienación tiene por finalidad la exclusión de toda duda, de toda causa de conflicto y de toda actividad de pensamiento. Poder reconocerse el derecho de pensar implica renunciar a encontrar en la escena de la realidad una voz que garantice lo verdadero, presupone la lucha por las certezas perdidas. Tener que pensar, tener que cambiar de pensamiento, tener que conferir el pensamiento son exigencias que el “yo” no puede eludir para resistir a la alienación. Ella es como un delirio colectivo que se instala en la sociedad. La noche oscura del saber, hombres que renunciar a sus pensamientos para otorgarles el mismo grado de certeza que en la psicosis tiene la reconstrucción delirante con respecto a la realidad. Recordemos que en el estado de máxima alienación la voz alienante no se impone como nuestra propia voz, ella nos prohíbe pensar.
Mientras tenemos un mundo de Faustos consumistas que venderán el alma, las mercaderías. Un mundo barroco de mercaderías alegóricas que piensan por nosotros: la muerte del pensamiento convertido en mercadería. Objetos, imágenes e informaciones que consumimos sobre la mirada de la melancolía, convertidos en profesionales de la angustia. Paralizados, condenados a tener un deseo de no-deseo en el deseo melancólico del consumo. Lo orgánico asume la rigidez de lo inorgánico. La muerte usurpa los derechos de la vida. Así, una contemplación alegórica y asimilada a la forma de mercadería para borrar el capital libidinal del hombre, su posibilidad de localización de soportes para el investimento libidinal.
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