Observando la cultura oficial de la pos-modernidad, se nota que existen muchos aspectos fuertemente desgastados en el consentimiento universal. Los viejos acuerdos necesitan ser revistos para producir una nueva realidad humana. Caso contrario, la nueva era será la edad de la deshumanización. Comenzamos a hacer la historia del hombre perdido.
Un hombre perdido entre objetos personificados y erotizados. Las cosas personificadas para que los hombres queden cosificados, circulando socialmente como mercaderías.
El surrealismo tardío es una instancia de duda absoluta frente a las formas de conocimiento y de acción impuesta por la institución social: No se trata de un deseo alienante, no se trata de practicar la intolerancia frente a los hombres que aceptan los modos instituidos del pensamiento. El surrealismo busca cuestionarlos como estrategia global para la afirmación de nuestra autonomía. Es impedir que la eficiencia simbólica, que se está instaurando, transforme nuestro cuerpo obsoleto. Asi el surrealismo coloca la necesidad de redescubrir los significados del cuerpo negando aquellos otros que surgen contra él.
Hoy existe un culto externo del cuerpo. Está de moda la gimnasia del cuerpo. El surrealismo tardío se preocuparía mas por embellecer el significado del cuerpo, de lo que con sus formas.
Estamos delante de un nuevo paradigma de la vida.
Una cuestión crucial que debe ser dicha: los espacios naturales, políticos, afectivos y poéticos no se conservan sin pasión, sin efervescencias o entusiasmos vitales. Hoy existen pocas señales visibles de ese entusiasmo vital. El hombre actual es pasivo y melancólico, únicamente consigue tener entusiasmos superficiales y sin conciencia histórica. Existe un desencanto profundo que va preparando terreno para un totalitarismo sin retorno. Necesitamos reinventar la pasión para evitar que una sociedad melancólica se instale irreversiblemente. Apelamos al entusiasmo surrealista. Un sueño difícil. Es el surrealismo desafiando nada menos que las estructuras básicas del Occidente.
El desastre ecológico, el terrorismo, el síndrome de insuficiencia inmunológica, la deuda externa, la contaminación nuclear, la guerra en las estrellas, la violencia en las ciudades, una multiplicidad incalculable de fantasmas alarmantes con los que vivimos, cotidianamente, intentando olvidarlos, apelando al hedonismo consumista. Así, un androide melancólico y asustado, junto con radiantes seductores programados, realizan en el consumo generalizado el estilo de vida nihilista de la sociedad pos-moderna. Una ausencia total de valores y de sentidos para la vida comanda la producción social de la subjetividad. Dos tipos humanos que saturan su existencia con informaciones doradas, diversiones y objetos. Ellos se excitan en el consumo de esta trilogía de elementos que hiper-realizan el mundo transformándolo en un espectáculo de pasividades sin destino ni valores. El sujeto convertido en una terminal de informaciones. El sujeto aislado de los otros por las informaciones consumidas. Así es la masa pos-moderna: una indiferente y nebulosa sumatoria de hombres en coma, movidos por el efímero placer de un consumo pseudo personalizado.
Se puede observar una enorme diferencia con la masificación de la modernidad. Ella dependía de una fuerza alienante que unificaba los individuos en torno de algunas ideas-fuerza, en torno de grandes promesas. Ellas, ahora, son sustituidas por la participación – sin un vínculo con los otros – en un gran espectáculo modelado por el tecnoconsumo.
En la pos-modernidad el hombre no precisa mas ser castrado por la violencia. Basta bombardearlo con mensajes que exciten sus deseos condicionándolos para el consumo: los deseos del hombre consumidos por el placer del consumo. Los mensajes terminan seduciendo a los hombres. Las imágenes funcionando como simulacro embellecido del mundo y especulación de la vida. Los objetos y las imágenes personificados. Existe un hombre cortado en dos por la información, los objetos y las imágenes.
Paradójicamente, el hombre entró en el maravilloso mundo de la comunicación para quedar convertido en un androide frío y aislado. Es el hombre incomunicado por los medios de comunicación.
En las calles de Tokio enormes pantallas de TV amplifican el mundo, fragmentándolo en mil imágenes simultáneas. Ellas no dejan percibir que existen en la ciudad otros hombres que necesitan convivir. Tokio es la ciudad paradigma de la pos-modernidad. En ella un único sentido es estimulado: la vista. Es un sentido trabajado para que el hombre aprenda a percibir los mensajes programados. En ese aprendizaje los individuos se quedan ciegos, sin la posibilidad de percibir el amor, la libertad, la poesía y a los otros hombres.
Debo destacar que América Latina no tiene aún ciudades como Tokio. En nuestras ciudades todavía perduran estructuras arcaicas y mentalidades.
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