Prof. Dr. Luis Alberto Warat
IV PARTE
El problema de la sociedad transmoderna se manifiesta principalmente en el hecho de que ella consigue establecer una constelación de estereotipos, creencias y ficciones que roban el espacio de lo político. Se organiza un aparato de sumisión, obtenida por la conexión directa de ciertos discursos de efectos totémicos con los deseos. De la micro-política se pasa a la transpolítica.
Quiero decir, que una cultura totémica- policial mina de una forma extremadamente peligrosa, las bases de lo político en la sociedad, ese puede ser el comienzo del fin. La muerte de lo político y la interrupción del proceso de comprensión significativa. Es el surgimiento del totalitarismo cultural, que se instala siempre en el límite de lo político, marca su derrota neutralizando toda reflexión.
Estamos delante del caso límite de la segregación social. La sociabilidad se torna inexpresiva, con protagonistas adormecido, separados unos de los otros.
Repensar lo político en estas condiciones (como meta de una ecología política que aspira a la realización de una pragmática de la singularidad) exige colocarse delante de las formas de representación simbólica que expresan las propuestas de vida común. Ellas pueden ser democráticas o totalitarias. En el primer caso, precisamos concebirlas como ritual de constitución de objetos de deseo y reconocimiento reciproco de una identidad solidaria, autónoma y colectivamente construida. En el segundo caso, nos enfrentamos con un ritual que organiza, esteriotipada y formalmente la escena política, distanciando los hombres entre sí. En estas circunstancias, los objetos del deseo se diluyen en las prohibiciones culturales, frustrando las posibilidades de expresión de las diferentes singularidades.
Cuando repensamos lo político en el interior de una pragmática de la singularidad, estamos considerando la construcción de acciones reciprocas, la determinación mutua de la subjetividad como parte central y característica de la practica política. Un camino abierto para la formación de múltiples singularidades y antagónicos objetos de deseo.
La ecología política pretende trasmitir una clara conciencia de que no podemos repensar lo político sin un conjunto de representaciones que legitimen la existencia de hombres singulares: una singularidad que sea producto de su propia interacción política y no efecto imaginario de hombres idealmente concebidos como sujetos previamente constituidos (como resultado de una concepción mítica de lo político, como acción fundamentalmente instrumental)
En las formaciones sociales totalitarias se produce la muerte de lo político como espacio público y como memoria colectiva, principalmente la muerte de la memoria colectiva de los excluidos.
Las ceremonias de intervención sobre la memoria colectiva se dan por intermedio de una serie de estrategias simbólicas (fatales, diría Baudrillard) destinadas al aniquilamiento del diferente (por ejemplo se celebran las fechas que simbolizan a las presuntas víctimas del hombre diferente). Estas ceremonias ritualizan convenientemente el pasado, para que funcione como referencia de un programa de dominación. Borran el mínimo vestigio que permita construir la historia del diferente, la memoria colectiva es apropiada por las instituciones encargadas de ejecutar la dominación.
Controlando el pasado ellas controlan el presente. Así como el control del presente sirve de garantía para el control del pasado.
En un proyecto totalitario la censura se instala en la memoria colectiva mediante conmemoraciones espontáneas, registros acumulables y selectivos de los acontecimientos vividos. En este contexto, la memoria de los oprimidos es la memoria que revela su pasaje por la historia sin conocerla como historia. la memoria colectiva que impone un proyecto totalitario responde a desbastadores efectos, con un conglomerado de ficciones, mitos, slogans , discursos que permiten proponer permanentes reelecturas conspirativas de la historia, como condición necesaria de la legitimidad de esos proyectos
Entretanto, el simbolismo de una memoria colectiva democrático exige un trabajo activo, creativo, reflexivo sobre lo que sucede históricamente.
Los recuerdos democráticos se forman en el presente, determinados por nuestros impulsos de vida, nuestras dudas, metas e ideales, recuerdos que se constituyen políticamente en un presente conflictivo, vivo. Es una memoria que interroga al presente y al futuro. Por el contrario, la memoria totalitaria no interroga, glorifica a un benefactor, El Estado, y también a la ley y a los saberes, que con ella se comprometen (los saberes de la ley) Al mismo tiempo surgir un otro presentado como maléfico, que puede ser el que sabe las cosas de la historia que no se deben saber.
El proyecto totalitario no solamente monopoliza la coerción como forma de dominación, también necesita monopolizar los relatos para ir modelando los sucesivos momentos del otro maléfico y situarse como su contracara benéfica..
Cuando se monopoliza la memoria colectiva, los acontecimientos terminan siendo detalles sin importancia. Lo importante es la formación selectiva de un saber oficial y absoluto sobre la sociedad y su historia. Por eso, concentra todas las fuerzas de la sociedad, creando, totémicamente un gran benefactor: el que mata lo político.
Hablo de la muerte de lo político porque en una memoria colectiva unificada no se perciben los conflictos, las diferencias, las divisiones. El pueblo es unificado por un olvido frente a una historia simple vista como la permanente presencia de un espíritu conspirativo.
La condición de un programa democrático, que devuelva la vida a lo político, descansa en la necesidad de contar con una memoria colectiva que no permita la existencia de temas escondidos, robados al debate.
Desde el punto de vista de la ecología política, la negación de la realidad trae como corolario otra forma de muerte de lo político: la muerte del pensamiento, o sea, la muerte de las significaciones por las explicaciones alienadas de los acontecimientos.
Estudiar las dimensiones simbólicas de la política puede servir para entender que la producción de bienes y poderes cuenta con un campo imaginario que lo completa. Este campo necesariamente determina, en forma alienada, la subjetividad de los hombres que integran el sistema de bienes y poderes, para que esos mismos hombres puedan funcionar adecuadamente en ese sistema.
Con esta mirada ecológica el Estado debe perder su perfil hipostasiado, para mostrarse como un discurso constituyente. Un gran operador totémico, que junto con la ley y sus saberes determina las culpas, organiza la alienación y las relaciones de poder, premiando, castigando, diferenciando lo licito y lo ilícito, produciendo el modelo normal y normativo de la subjetividad.
Fuente: Revista Sequencia 32, UFSC Brasil, páginas 15 a 23
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