24 de junio de 2010

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La modernidad como paradigma (modo de ver el mundo) propuso una forma de razón excedida en sus funciones. Ese exceso de razón determinó el desprestigio y finalmente la exclusión de la sensibilidad como parte del paradigma moderno (la poética del signo). El resultado fue perverso, monstruoso. Pasamos a entender el mundo con una razón enferma, sin la salud de los actos poéticos.

Fue perdida la estilística de la existencia (una estética que nos habilite a entender el mundo desde un humanismo de la alteridad).
Hablo de la estética como mirador teórico, de la pintura, de la literatura, del cine como forma como formas del quehacer teórico, que la epistemología no puede excluir como sinsentidos por su falta de denotación, por su falta de verdad, por ese vuelo de sentidos que nos permite escapar de las referencias inmediatas y previsibles de lo objetivo y del consumo rápido y fugaz (del pret a porter de los sentidos).

El siglo XXI demanda la perspectiva de una epistemología abierta al sueño y a la creatividad para salir de los impasses de modernidad. La sabiduría de un saber que nos propone un estilo de existencia apoyado en la creatividad y en el sueño, que insiste que el hombre debe inventar y desear para seguir existiendo, para poder escaparse soñando incesantemente de una cultura árida, casi desértica, donde no existe más la posibilidad de cualquier proyecto.

Sin las entrañas como fundamento no existe cualquier sentido, cualquier verdad que se pueda sostener. Sin entrañas, sin el corazón, sin el deseo como fundamento no existe comunicación, ni diálogo con el otro. Sin las entrañas como fundamento estamos en la posmodernidad: una cultura del vacío, del espectáculo desmedido, de la información banal y fascinadora, que termina robándole a la condición humana su sentido. El callejón sin salida, el abismo.


Concebir a la estética como epistemología, vista como estilística de la existencia implica para el sujeto el reconocimiento de su feminidad al tornar posible un discurso singular de alteridad con el otro, sobre el mundo y la pérdida definitiva de la creencia en enunciados universales, para poder descubrir con el otro diferentes modalidades eróticas, dialógicas que le permitan experiencias de creación.

La obra de arte visual nos interpela como una ventana entreabierta por el imaginario, que nos revela la profundidad y complejidad del sentido, de un acto, de una emoción, que nos conduce a sentidos inéditos, sentidos de no dichos y principalmente a los sentidos que no sabemos de nosotros mismos, a nuestro inconciente, siempre revelado por el otro en las marcas de la comunicación.
Lo pictórico como estilística de la existencia forma parte de esa red comunicacional, que nos entreabre la comprensión del sentido indecible, inaccesible, vedado que es llamado de inconciente.

Es función sagrada de lo pictórico ayudarnos en la interpretación de lo inaccesible que nos permite descubrir por medio de una tela el misterio de la relación con el otro, que es en el fondo, la búsqueda interminable por el sentido de la vida.
Esa es la propuesta conmovedora de Contradogmáticas que siempre supo hacer de su trabajo, como si fuera una actividad pictórica, una escucha a través de la mirada.


Luis Alberto Warat, Revista Contradogmáticas, Almed, Brasilia 2003.



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