23 de abril de 2010

Un poema

Para Tomás Merton




Hubo un trueno en la tarde.
Hubo cristales de lágrima en una boca.
Pero nadie más en la ciudad oyó la ráfaga
entre hierros ni el gemido en la lengua.
Nadie más que el hermano y la piedra.
Allá lejos, allá encima,
Donde hombre y tierra se juntan
en una lluvia de amaneceres.

Allá nomás, cantan los espacios y
florecen semillas invisibles
que luego se hacen murmullo en los surcos del granjero.
Allá mismo, las voces del silencio
entablan discursos con la noche.
Junto a la mesa en la celda,
el monje medita y nada turba la caravana de luces en sus ojos quietos.

Hay como una música y un brindis en las fibras de su cuerpo.
Y de pronto su voz susurra:
Benditos los sembradores porque ellos no mueren.
Benditos los creadores pues aunque partan,
jamás enmudecen.
Muy cerca, en el lago,
un cisne agita las alas.
El monje duerme.
En la ciudad, peregrinan los sueños


Miguel Grinberg, Navidad 1968

Incluido en el libro Hermana America
Editorial Mutantia 1993


.

No hay comentarios.: