20 de septiembre de 2009

Manifiesto del surrealismo jurídico: trigésimo sexta entrega

Los límites del totalitarismo dependen de un ejercicio colectivo para fundar y reconstruir una ética comunitaria renovada.
La institución de la sociedad precisó, hasta ahora, de un conjunto de significaciones imaginarias, organizadoras y constituyentes. Ellas son siempre una respuesta al caos, son siempre su negación simbólica. Proponen dar una significación al ser, al mundo y a la sociedad. Deben enmascarar el caos, y en particular, el caos constituido por la propia sociedad. Ellas, conforme a Castoriadis, lo enmascaran, reconociéndolo, una figura, un simulacro que preserva al hombre de la dolorosa experiencia de enfrentar el abismo de su existencia (el caos), sin compensaciones imaginarias.
El futuro del totalitarismo puede presentarnos una variante monstruosa: dejaría de ocultarse el caos para disciplinar a los hombres por el amor a los represores que lo administran como condición de la dominación. En ese universo tenebroso la voluntad de los represores sería el vehículo exclusivo de heteronomía de la sociedad, el único imaginario instituido.
En la fase superior del totalitarismo tenemos nuevamente sociedades sin historia, impedidas de reponer el problema de su origen. Un “mandarinato” burocrático-torturador operando como sustitutivo exclusivo de esa cuestión. Esa casta privilegiada ejercerá el poder tornando absolutamente transparente el caos.
Creo ver, en la administración transparente del caos – único fundamento de legitimación de la sociedad -, un fuerte indicador para la caracterización política de la pos-modernidad. Es en nombre del caos que funciona la institución social pos-moderna y se disciplina, radicalmente, el cuerpo de los hombres.
Hace poco tiempo leí en los diarios que centenas de delfines se suicidaron en una playa del Nordeste. Habían adquirido un virus en aguas contaminadas que les hacía perder el sentido de orientación. Perdidos comenzaron a navegar en aguas inconvenientes. Optaron por matarse. Otra versión dice que fue el líder de los delfines que, desorientado, llevó a los otros para esas aguas imposibles.
Los hombres, iguales a los delfines, pierden el sentido de orientación, navegando por aguas culturales que no tienen nada más que ver consigo. No falta mucho para que encontremos la playa para el suicidio colectivo. Como siempre, tenemos muchas cosas en común con los delfines. Procuremos evitar el mismo final.

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