19 de septiembre de 2009

Manifiesto del surrealismo jurídico: trigésimo quinta entrega

La razón comunicativa se encuentra comprometida con la formación no modelada de la subjetividad y con los espacios de resistencia a los modos disciplinadores de producción o supresión de subjetividad. Las palabras que pronuncio encuentran su sentido en mis vínculos con los otros, en la relación entre las condiciones de producción y recepción de los mensajes.
De esta manera, se puede pensar en el ejercicio de una razón crítica que permita liberar la fuerza que aumente la autonomía del hombre y rechace los procesos por los cuales las relaciones entre personas son transformadas en relaciones entre cosas. La razón comunicativa como razón surrealista: la razón del deseo. La razón como resistencia a la alienación.
La tarea de una crítica del poder y de la violencia puede ser definida como la presentación de sus relaciones con las instancias represivas y las instancias de autonomía de la sociedad. La esfera de tales relaciones es designada por los conceptos de totalitarismo y democracia.
En ese sentido, el totalitarismo puede ser mostrado como las instancias culturales donde se prohíbe pensar lo prohibido para crear institucionalmente una subjetividad que va tornándose poco a poco evanescente. Un mundo cultural mucho más preocupado con la abolición del pensamiento que con su alienación. Hombres sin deseos, que van consumiendo, consumiendo, hasta consumir su propia vida.
En lo que concierne a la democracia, esbozo a su tendencia significativa, en oposición al totalitarismo. Frente a el, la democracia me aparece como la sombra de todos los momentos que lo resisten. Veo a la democracia como una pragmática de resistencia, o si usted prefiere, querido lector, como una política de afirmación de algunas instancias de autonomía. Represión y autonomía, un binomio que se retroalimenta imponiéndose, recíprocamente, limites.
De esta manera, estoy intentando apartarme de las conceptuaciones románticas, idealizantes y jurídicas de la democracia; intento verla como un proceso dinámico que va encontrando sus significaciones, en cada momento de la historia, con la imposición de ciertos límites al totalitarismo. De modo más drástico, diría que estoy sugiriendo reducir el sentido de la democracia al propio gesto de imposición de límites al totalitarismo.
No existen sentidos ideales de democracia. Existen procesos de afirmación de autonomía frente a un orden cultural refinadamente totalitario.
Entretanto, preciso advertir que no estoy hablando de límites como haría un jurista clásico. No se trata de imponer límites amparando la violencia en las reglas del Derecho. No estoy pensando en ninguna manifestación mítica del poder. Pienso en un nuevo paradigma de vida, donde la violencia y el poder no graviten, míticamente, en la determinación de nuestros valores y necesidades.
Cuando los juristas identifican, acompañando el pensamiento kelseniano, el Estado y el Derecho, suprimen la vida privada, delegando a los órganos encargados de producir las significaciones jurídicas, el poder absoluto, para leer la historia de las normas jurídicas. Así, el Estado adquiere el monopolio de la memoria jurídica y provoca la purificación de la memoria colectiva sobre el pasado y el presente de las normas. Ciertamente, controlándose el pasado y el presente de las normas, se controla también el pasado y el futuro de la sociedad. De ese modo, resulta difícil aceptar que la democracia se realice reconociendo a los órganos encargados de la producción de los significados jurídicos, como la única instancia habilitada para reescribir la historia de la ley. Una historia “pura”, que es siempre una historia elaborada por el deseo del olvido: las normas son válidas si pertenecieren a un sistema sin memoria, que en su totalidad es eficaz.

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