11 de agosto de 2009

Manifiesto del surrealismo jurídico: vigésima segunda entrega

El surrealismo puede enseñarnos a no tener miedo del orden que depende de lo nuevo. Puede mostrarnos que un orden determinado por nuestras necesidades de seguridad permite la emergencia de componentes culturales totalitarios. No existe democracia sin riesgos. El totalitarismo puede estar oculto detrás de las máscaras aparentemente encantadoras. Pensemos, por ejemplo, en la fascinación tecnológica que va envolviendo la cultura en la pos-modernidad.
Los grandes genocidas nos escandalizan. Pero nunca nos damos cuenta que nuestra cotidianeidad está hecha de una variedad infinita de actos “microgenocidas”. El surrealismo pretende revelarlos.
g) Examinando el liderazgo que Breton ejerció sobre el surrealismo, noto ciertos trazos autoritarios que me obligan a posicionarme sobre las posibilidades y los límites de liderazgo a partir de una perspectiva surrealista. Lo que diré también vale en relación de liderazgo en la pedagogía.
Breton habla de la libertad creativa, pero se refiere a ella siempre con restricciones.
Muchas veces, él cumplió el papel de vigilancia de la creatividad surrealista.
Liderar es una cuestión que necesita ser pensada, en el interior del surrealismo, como una capacidad específica y transitoria de operar como agente catalizador de ciertas necesidades ajenas.
El líder surrealista es siempre descartable. Liderar es un acto de servicio, no de comando. Es derivado del placer de ayudar a los otros, no de poseerlos.
En el surrealismo el liderazgo no nos conduce. El líder nunca es una voz alienante. Es un eco catalizador y pasajero. Es el liderazgo que no necesita saltar a la vista. No exige reconocimiento de los otros. Precisa ser ejercido sin necesidad de ser percibido. Es una guía que se diluye en el grupo que orienta. En fin, es el liderazgo que consigue diluir el comando narcisista.
El líder surrealista debe orientar para que el hombre pueda encontrar el placer de vivir y reconocer que su cuerpo está hecho de utopías que no necesita reprimir. Por eso el nunca puede ser una utopía sustitutiva. Porque en este caso perdemos nuestra potencialidad para ejercer nuestra propia pasión de vivir, intensa y gustosamente.
El líder surrealista simplemente influye en los otros realizando sus utopías interiores, poniendo pasión en la realización de sus propios deseos. Esto es, en el fondo, el liderazgo de los poetas que conseguirán superar las influencias totalitarias del medio en que vivían.
h) La cultura oficial de la pos-modernidad tiene a la supresión total de las pasiones. Con eso, elimina la política. Adormeciendo las pasiones, se asegura la reproducción de un sistema de dominación. Solo los apasionados contestan, protestan, buscan la transformación. Las pasiones no cegan; ellas iluminan, utópicamente, el destino del ser apasionado. La pasión es el alimento de la libertad.
No puede, por lo tanto, existir una pragmática de la singularidad humana, sin seres apasionados que la realicen. La pasión es lo que nos diferencia de los seres inanimados, que simulan vivir mirando, indiferentemente, el mundo, a la espera de la muerte. Solo los seres apasionados tienen las condiciones de buscar vivir en libertad, de buscar vencer las tiranías culturales. Los surrealistas intentarán vivir así. Mostrarán el poder de las utopías interiores.
A mi ver, el surrealismo es el modo de expresión poética de las utopías interiores. Los surrealistas las muestran apasionadamente. La cultura oficial interpreta las pasiones surrealistas como un “exceso agresivo”. Fue una manera de recuperar, ideológicamente, el surrealismo, haciendo entrar en calor la amenaza de su poder revolucionario.

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