22 de julio de 2009

Manifiesto del surrealismo jurídico: décimo séptima entrega

Debemos tener una actitud terapéutica frente al discurso crítico de ciertos profesores. A veces, esos discursos levantan una actitud contestataria frente al mundo, para sublimar, en la forma de un fetiche, la personalidad angustiosa del profesor. Apelando a una crítica radical de la cultura, el profesor inconforme consigue disimular sus sentimientos neuróticos. El quiere sentirse indiscriminadamente querido para preservarse de las angustias. Intenta persuadir sobre los valores de una cultura sin advertir en qué medida esta misma cultura contribuyó para formar su personalidad neurótica. Vive haciendo apología del amor, sin conseguir amar. Una personalidad realmente abierta para el amor, intenta ayudar a los otros, creando las condiciones para que ellos cambien sus comportamientos. Mientras tanto, el discurso de algunos profesores inconformes funciona como una masturbación compulsiva: un sedante que alivia, transitoriamente, la angustia.
La ansiedad neurótica de criticar no nace, así, de una fuerza transformadora, ella es consecuencia de una debilidad. A veces, ella nace como defensa frente a un sentimiento de inferioridad que se traduce como búsqueda del poder, fama, posición, el afecto indiscriminado. En otros casos, el discurso crítico esconde inconscientes impulsos neuróticos en la competencia. Ella lo lleva al querer ser el único y excepcional individuo con capacidades ilimitadas de transformar el mundo, para adecuarlo a las formas de su deseo. Las fantasías escondidas de la grandeza presentadas bajo la capa noble de las grandes causas. Una ambición camuflada. Un impulsivo deseo de éxito reprimido. Su personalidad neurótica nunca le permitiría notar que el solo pretende demostrar que es el mejor, que es el único que sabe vivir. El, en el fondo, quiere ser el primero en todos los campos que actúa. Así, únicamente, consigue contagiar desilusiones, disminuir, inclusive, el valor potencia de su habla, empobrecida por sus objetivos desmesurados y neuróticos. De esta manera se produce un discurso crítico donde los aspectos destructivos se sobreponen, en intensidad, a los constructivos. Es la crítica como soporte neurótico de un impulso competitivo y no como auténtico deseo de cambiar el mundo.
De esta manera estoy alertando contra los discursos críticos de una personalidad neurótica que se defiende hablando de las miserias de una cultura. Son los fetiches de una angustia contagiosa. Me importa mostrar aquí que la personalidad neurótica no es patrimonio exclusivo de aquellos profesores que deciden ejercer su oficio compactando con el status-quo. Los críticos también pueden ser neuróticos – yo no me excluyo -, espero que ese trabajo me permita, en el futuro, cambiar mis comportamientos existenciales y docentes. Espero poder superar actitudes inconscientes autoritarias que, en el fondo, me dejan angustiado, cuando los otros deciden vivir sin tener en cuenta mi aprobación, cuando deciden vivir sin quedar presos al hechizo de mi palabra.
Debemos, pues, estar abiertos frente a la crítica de otorga competencia a un discurso por el efecto indiscriminado que provoca un habla cargada de apariencias soñadoras.
Muchas veces, la crítica esconde la necesidad neurótica de transgredir incesantemente una ley de la cultura, para sustituirla por la ley del deseo. Es la ley funcionando como un fantasma inconsciente. Por no haber tenido acceso a lo simbólico del padre, de acuerdo con la ley, algunos críticos parecen desafiar las leyes, ante nuestros ojos, cuando en realidad intentan hacerlas nacer a su manera.

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