25 de mayo de 2009

Lo apolíneo y lo dionisíaco

Uno de los fenómenos sociológicos contemporáneos más fascinantes es el aumento de la participación. Toma parte de, votar, opinar, poder hacer oír tu voz en foros, que tu opinión se tenga en cuenta a través de votaciones en internet o a través de SMS, poder elegir tu producto y participar en el diseño. Se acorta la distancia entre lo que decidimos y lo que vivimos o experimentamos, cada vez más una mayor parte de nuestra vida está pegado a o es fruto de nuestras decisiones. El ideal ilustrado de autonomía –yo vivo o padezco aquello que yo decido- parece que se realiza en la nuestra época, la época postmoderna, de modo pleno. Es verdad que en formato de calderilla –una votación SMS para Eurovisión no es el ideal de decisión libre de prejuicios y autónoma que tenían los Ilustrados y los padres fundadores de la Constitución americana en la cabeza- pero se realiza en verdad, mi menú en el McDonald’s lo he confeccionado yo a mi gusto, es una decisión mía, no dependo del mercado, de la estación, de lo que haya disponible en el ultramarinos. Pero también tomamos parte, participamos, a un nivel más profundo, más ciego pero más intenso. El hombre de hoy está imbuido, metido, inmerso en un mar de imágenes, música, banners, click-trough, mensajes, guiños, música, experiencias de los sentidos como nunca se había conocido. Consumimos por los sentidos, los alimentamos como nunca, nunca se han tenido tantas experiencias tan variadas en tan poco tiempo. El consciente, el yo consciente que las ordena pasa resbaladizo por todas estas experiencias. Pocas permanecen en la memoria, pocas cuajan tanto como para modelar nuestro ser como antaño hacía cualquier nueva vivencia. Lo nuevo es lo cotidiano, la impresión de lo diferente, de lo heterogéneo, de lo último, de aquello que es una novedad y por lo tanto no responde a un patrón anterior es ya la manera normal de vivir. Vivir sin experiencias nuevas: viajes, música, imágenes, gente, experiencias es no vivir, es una manera vicaria, sucedánea, mala, de vivir. Y todo esto está servido en un torbellino de experiencias donde el análisis, el pararse y analizar lo que estamos viviendo, pararse a disfrutarlo –como antiguamente uno se paraba a gozar de la fragancia de un jardín, de la bella luz de una nueva estación- está de más, no se da, no tiene lugar, la velocidad es parte de la experiencia. Vivimos una época, pues, donde los dionisíaco se impone a lo apolíneo. ¿Y qué es lo dionisíaco? ¿qué lo apolíneo? Vean mi próximo post y tendrán la respuesta.

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