3 de febrero de 2014

Epicuro & felicidad






Epicuro sobre la Felicidad en su Carta a Meneceo



Por Charlie Boyle


No son muchos los que hablan de felicidad, de cómo lograrla; tampoco los que intentan definirla, salvo en términos místicos o religiosos. Epicuro filosofa sobre el tema y desarrolla sus puntos de vista principalmente en su Carta a Meneceo en donde expone un conjunto de axiomas para lograr la felicidad a través de la razón.
“Hay que estudiar los métodos de alcanzar la felicidad, porque, cuando la tenemos, lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para conseguirla.”

Nos dice que hay una relación directa entre el estudiar los métodos de la felicidad y el filosofar, pero para lograrlo, el ser humano no cuenta en su vida con un momento determinado para hacerlo, sino que esta búsqueda lo deberá acompañar a lo largo de toda su vida.  Su método se basa en cuatro distinciones:


Primero: La cuestión de los dioses

Acepta la existencia de los dioses que habitan en un espacio celeste sin tiempo ni limitaciones, pero acto seguido advierte que la opinión de la multitud no pertenece a ese orden angélico  en disonancia con aquel “Vox populi, vox dei”. Acepta a quién niega a algún dios en particular,  pero reniega de quienes asignan a los dioses la opinión de la multitud. Dice:
“No es impío el que niega los dioses del común de los hombres, sino al contrario, el que aplica a los dioses las opiniones de esa mayoría. Porque las afirmaciones de la mayoría no son anticipaciones, sino conjeturas engañosas. De ahí procede la opinión de que los dioses causan a los malvados los mayores males y a los buenos los más grandes bienes.”
En esta máxima explica la lógica de lo que él califica como proceso impío que se produce a partir de que la multitud hace una transferencia sobre lo que está bien y lo que está mal desde la opinión pública terrenal hacia lo divino. Estos conceptos que se acuñan en el seno de la opinión de la multitud, mediante este mecanismo que él repudia, son transferidos luego como opinión divina de “los dioses”. Los malvados son reprendidos por los dioses simplemente porque éstos castigan lo que es malo para la multitud.
 
Por otro lado al no estar centralizado en un solo dios el sistema místico de los griegos, como sí ocurre con en el de los judíos, y por el contrario constituían una red distribuida en donde los mismos dioses interaccionaban entre sí, no había una única pauta ética ni  rito o adoración definido y unificado para practicar el culto, sino que había múltiples, por lo que de esta manera era mas posible que la voluntad de los dioses este en concordancia con la de la multitud. Incluso había semi dioses que cumplían  funciones intermedias entre lo celeste y lo terrestre. De allí que a Epicuro le quedara claro que lo que estaba bien para la multitud estaría bien para los Dioses y esto lo afirma de una manera contundente:
“La multitud, acostumbrada a sus propias virtudes, sólo acepta a los dioses conformes con esta virtud y encuentra extraño todo lo que es distinto de ella.”
De esta manera la voluntad de los dioses se basa en el ethos de la multitud que es transferida a la esfera celeste, más allá de la voluntad de los propios dioses y eso es lo que Epicuro considera impío. En una primera instancia la multitud selecciona y se acostumbra a sus propias virtudes. Este Ethos, surge de una moral local, de una ley de morada a la que la multitud se deberá ajustar para poder convivir. La incorpora como natural y se coordina para asimilarla como virtud. Antes de virtud primero es una coordinación en el obrar bien, una fuente de bienestar para la multitud y por lo tanto de felicidad, luego es una moral, al convertirse en ley de la morada local, luego es un ethos al convertirse en global, para finalmente convertirse en fe religiosa cuando es transferida como característica propia de alguna deidad en particular. Esto se podría considerar de una manera diferente: de las múltiples opciones que ofrecía el politeísmo griego, la multitud se apropiaba solo de los dioses que estaban en concordancia con su propio ethos, de allí que parecería que es la opinión de la multitud la que le asigna a los dioses las virtudes humanas en una especie de elección darwiniana de los distintos cultos.
De esta manera la multitud: acepta sólo a los dioses conformes a su virtud y rechaza a todos los que son distinta a ella. Es por eso que sea lógico que en un sistema politeísta los dioses compitan entre sí, uniéndose, sintetizandose o anulándoese entre ellos.

Como consecuencia de este proceso, que se inicia con la mera coordinación de multitud en función del bienestar común, al final de su evolución concluye convirtiéndose en una cuestión de fe y de culto. La coordinación en función del bienestar de la multitud converge hacia lo divino.
Epicuro reniega de este proceso en el que creían la mayoría de los hombres y mujeres de su época. Para él se podía aceptar o rechazar a un dios determinado como un todo, lo que no aceptaba era transferirles a ellos las virtudes propias de los humanos, categoría ética que como se mostró era exactamente lo mismo visto desde otra óptica.

 
Segundo: El concepto de la muerte.

En segundo lugar Epicuro nos habla de la muerte como un límite para los cuerpos sensibles, las concepciones sobre el bien y el mal parten de las sensaciones por lo que ya no existirán luego de la muerte, en consecuencia no habría por qué temerle a la muerte ya que toda sensación corresponde a la esfera de lo vivo.
“Un conocimiento exacto de este hecho, que la muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la inmortalidad. Pues en la vida nada hay temible para el que ha comprendido que no hay nada temible en el hecho de no vivir. Es necio quien dice que teme la muerte, no porque es temible una vez llegada, sino porque es temible el esperarla. Porque si una cosa no nos causa ningún daño con su presencia, es necio entristecerse por esperarla.”
Negando la continuidad de la vida mas allá de la muerte nos sitúa en un pragmatismo que nos obliga a resolver nuestra existencia en el aquí y ahora, entendiendo que el gozo de la felicidad se sitúa precisamente en estas coordenadas espaciotemporales, quitándonos de esta manera el fantasma de muerte en su doble incidencia sobre nuestras vidas: como miedo a lo desconocido, miedo a la vida después de la vida, si efectivamente creemos que hay vida mas allá de la muerte; y como miedo a una muerte que se nos aproxima instante a instante pero que nos sorprenderá  en momento totalmente indeterminado. Remata este concepto con esta sentencia:
“Así pues, el más espantoso de todos los males, la muerte no es nada para nosotros porque, mientras vivimos, no existe la muerte, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos”
Nos advierte que
“igual que no es la abundancia de los alimentos, sino su calidad lo que nos place, tampoco es la duración de la vida la que nos agrada, sino que sea grata”.[…], y que “conviene recordar que el futuro ni está enteramente en nuestras manos, ni completamente fuera de nuestro alcance, de suerte que no debemos ni esperarlo como si tuviese que llegar con seguridad, ni desesperar como si no tuviese que llegar con certeza”.
Vivir con intensidad el presente sin preocuparnos por lo que nos va a pasar en el futuro, parecería ser la clave hacia la felicidad según Epicuro. Sin embargo nos advierte que  de alguna manera también somos artífices de ese futuro.

Tercero : Sobre los deseos y la autarquía.

En tercer lugar hace una distinción entre los deseos. Distingue dos grandes categorías que luego volverá a subdividir: los naturaleslos vanos, de los vanos no se ocupa, de los otros dice que:
“unos son necesarios y los otros sólo naturales […] necesarios para la vida misma; y que de los necesarios: unos son necesarios para la felicidad, otros para la tranquilidad del cuerpo… […] todas nuestras acciones tienen como fin evitar a la vez el sufrimiento y la inquietud. […] buscamos el placer solamente cuando su ausencia nos causa un sufrimiento. Cuando no sufrimos no tenemos ya necesidad del placer.”

Luego entra en la descripción de lo que consideramos es el núcleo duro de su filosofía:
“Por ello decimos que el placer es el principio y el fin de la vida feliz. Lo hemos reconocido como el primero de los bienes y conforme a nuestra naturaleza, él es el que nos hace preferir o rechazar las cosas, y a él tendemos tomando la sensibilidad como criterio del bien. Y puesto que el placer es el primer bien natural, se sigue de ello que no buscamos cualquier placer, sino que en ciertos casos despreciamos muchos placeres cuando tienen como consecuencia un dolor mayor. Por otra parte, hay muchos sufrimientos que consideramos preferibles a los placeres, cuando nos producen un placer mayor después de haberlos soportado durante largo tiempo. Por consiguiente, todo placer, por su misma naturaleza, es un bien, pero todo placer no es deseable. Igualmente todo dolor es un mal, pero no debemos huir necesariamente de todo dolor. Y por tanto, todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y molestias que proporcionan.”
El placer aquí no se entiende como una estimulación erótica, sino por el contrario, como una inhibición a esa emoción. El placer no es una estimulación en si misma sino una forma de alcanzar la salud del cuerpo y la ataraxia del alma. Una suerte de equilibrio dinámico entre necesidades naturales de los cuerpos y de las almas y las disponibilidades realmente existentes a nuestro alcance, que puedan satisfacerlas.

En este sentido el equilibrio entre necesidades genuinamente naturales tratadas como deseos y su correspondiente satisfacción es la norma de la que Epicuro se vale como la base un sistema económico aplicable a todos los otros bienes materiales.
De allí que cuanto mayor y mas estable sea ese equilibrio, nuestras necesidades podrán ser satisfechas de una forma mas completa y en consecuencia seremos mas felices. Al reducir nuestras necesidades a las necesidades de la naturaleza de los cuerpos y del espíritu, estaremos limitando nuestra dependencia de otro y/o de los otros a los momentos de real necesidad por escasez.
“A nuestro entender la autarquía es un gran bien. No es que debamos siempre contentarnos con poco, sino que, cuando nos falta la abundancia, debemos poder contentarnos con poco, estando persuadidos de que gozan más de la riqueza los que tienen menos necesidad de ella, y que todo lo que es natural se obtiene fácilmente, mientras que lo que no lo es se obtiene difícilmente. Los alimentos más sencillos producen tanto placer como la mesa más suntuosa, cuando está ausente el sufrimiento que causa la necesidad; y el pan y el agua proporcionan el más vivo placer cuando se toman después de una larga privación. El habituarse a una vida sencilla y modesta es pues un buen modo de cuidar la salud y además hace al hombre animoso para realizar las tareas que debe desempeñar necesariamente en la vida. Le permite también gozar mejor de una vida opulenta cuando la ocasión se presente, y lo fortalece contra los reveses de la fortuna. Por consiguiente, cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni de los placeres sensuales, como pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el alma. Porque no son ni las borracheras ni los banquetes continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas, los que proporcionan una vida feliz, sino la razón, buscando sin cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando las opiniones que pueden aportar al alma la mayor inquietud.”

Cuarto: La razón como fuente de sabiduría y de medida.

De esa manera Epicuro nos introduce al cuarto elemento a tener en cuenta para lograr la felicidad. La razón será la que nos diferenciará de los animales en la búsqueda de los motivos legítimos para elección o de aversión de lo bueno, apartando de nosotros las opiniones que puedan aportar al alma una mayor inquietud.
“El mayor bien, es la sabiduría. […], porque es la fuente de todas las virtudes y nos enseña que no puede llegarse a la vida feliz sin la sabiduría, la honestidad y la justicia, y que la sabiduría, la honestidad y la justicia no pueden obtenerse sin el placer. En efecto, las virtudes están unidas a la vida feliz, que a su vez es inseparable de las virtudes.”
La filosofía sobre la felicidad de Epicuro se basa en la carta a Meneceo que se resume acá, sin embargo es en las Máximas Capitales donde dedica dos de ellas a otro tema fundamental que también se desprende de la razón que es el bien de la amistad. Dice en sus Máximas  27 y 28:
27 “ De los bienes que la sabiduría ofrece para la felicidad de la vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad.”
28 “El mismo conocimiento que nos ha hecho tener confianza en que no existe nada terrible eterno ni muy duradero, nos hace ver que la seguridad en los mismos términos limitados de la vida consigue su perfección sobre todo por la amistad.”




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