3 de agosto de 2012

contrahistoria - Onfray

Una contrahistoria de la filosofía 

Por Michel Onfray


Para construir un Jardín tan bello con senderos bien cuidados y arbustos bien podados, hay que podar muchísimo, talar y cortar. La preferencia por tal o cual autor, por un pensamiento en lugar de otro, el impulso de una corriente o el montaje de todo un equipo adecuado para hacer triunfar una tesis obligan a ocultar los nombres, las tesis, los libros y los conceptos en el sótano... Para echar luz sobre todo esto, es necesario poner orden en la oscuridad: existe, sin embargo, más allá de estos elementos, un material considerable, desperdiciado. El objetivo de mi curso en la Universidad Popular de Caen ‑véase La comunidad filosófica‑ es exhumar la historiografía alternativa.

La historiografia ha olvidado, desatendido en el mejor de los casos, pasado por alto, a sabiendas o no, y a veces organizado esa segregación; de vez en cuando, prejuicio mediante, no se lleva a cabo el cuestionam lento. No se suele considerar a los cínicos como filósofos; además, Hegel lo escribió claramente respecto de ellos sólo hay anécdotas. ¿Los sofistas? Hasta las recientes reivindicaciones, se los consideraba según la mirada de Platón: mercenarios de la filosofía para quienes la verdad no existe y lo único que vale es lo que tiene éxito. Todo sirve para evitar descubrir la modernidad de este pensamiento relativista, perspectivista y nominalista, en una palabra, ¡del antiplatonismo!

Los agentes de la historiografía tradicional realizan el increíble sueño de Platón: los hechos se hallan en Diógenes Laercio Vida y doctrinas de los filósofos (IX, 40) (1)‑ y me parece singular que no se trate nunca filosóficamente esta historia. Platón deseaba lanzar todos los libros de Demócrito a la hoguera. Debido a la cantidad considerable de sus obras, su éxito y la presencia de los textos en varios lugares, dos pitagóricos, Amiclas y Climas, se sintieron en la obligación de disuadir a Platón de cometer tal crimen. Un filósofo inventor del auto de fe moderno...

Se entiende, pues, que en la totalidad de las obras de Platón no haya ni una sola mención del nombre de Demócrito. Dicho olvido vale como un auto de fe conceptual, pues la importancia de una obra, y más aún, de una doctrina capaz de incluso poner en dificultades, también en peligro, las fabulaciones de Platón, exigía una explicación precisa y franca, honesta e intelectual. El prejuicio anti materialista del platonismo ya se manifestaba en vida del filósofo; la lógica de la historiografía clásica y dominante repite ese tropismo. Ni hablar de concederle siquiera un poco de dignidad a esa otra Filosofía, razonable, racional, antimitológica y verificable a través del sentido común, del que carecen a menudo los filósofos.
La continuación estaba escrita: Epicuro y los epicúreos, al reavivar el materialismo del hombre de Abdera, desencadenan los ataques de los partidarios del idealismo. Abundan las calumnias contra el filósofo del jardín, incluso durante su vida: grosero, lujurioso, perezoso, goloso, bebedor, comilón, deshonesto, inmoderado, malintencionado, perverso, ladrón de ideas ajenas, arrogante, pedante, pretencioso, inculto, etc. En una palabra: un puerco indigno de figurar, tanto él como sus discípulos, en el panteón de los filósofos.

La calumnia se ensaña también con su obra: la ataraxia que define el placer, a saber, la ausencia de turbación que se obtiene a través del uso prudente y dosificado de los deseos naturales y necesarios, se vuelve voluptuosidad trivial de la bestia que se abandona al goce más brutal. El atomismo, que reduce el mundo a una combinación de átomos en el vacío, aparece como la incapacidad de disponer de una inteligencia digna de ese nombre. Los encuentros entre esclavos, mujeres y extranjeros en el jardín le valen la reputación de atraer victimas para satisfacer su sexualidad desatada, etc. Y veinte siglos de pensamiento se sirven de las mismas calumnias, sin ninguna modificación.

En la Antigüedad, la contrahistoria de la filosofía parece fácil: junta a todos los enemigos de Platón. 0 casi... Leucipo, el fundador del atomismo, Demócrito, luego Antístenes, Diógenes y otros cínicos, Protágoras, Antifón y el grupo de sofistas, Aristipo de Cirene y los cirenalcos, Epicuro y los suyos... la elite intelectual. Más tarde, en contra de la ficción cristiana construida a partir del personaje conceptual llamado Jesús, de los Padres de la Iglesia, encargados de proveer el material ideológico al futuro cristiano del Imperio, y de los escolásticos medievales, se puede sacar de la sombra en la que se pudren a los gnósticos licenciosos ‑Carpócrates, Epifanio, Simeón, Valentín...‑ y a los Hermanos y Hermanas del Espíritu Libre ‑Bentivenga de Gubbio, Heilwige Bloemart, los hermanos De Brünn y otros iluminados‑. Tantos otros oscuros desconocidos mucho más excitantes, sin embargo, con su panteísmo teórico y sus orgías filosóficas practicas, que los monjes del desierto, obispos arrepentidos y otros cenobitas de monasterio...

Lo mismo vale para la constelación de epicúreos cristianos, inaugurada por Lorenzo Valla en el Quattrocento ‑un De voluptate que no fue traducido al francés en cuatro siglos hasta la reparación que llevaron a cabo algunos amigos, gracias a mi interés‑, ilustrada por Pierre Gassendi, pasando por Erasmo, Montaigne y otros: libertinos barrocos franceses ‑Pierre Charon, La Mothe Le Vayer, Saint‑Evremond, Cyrano de Bergerac...- materialistas franceses ‑el abate Meslier, La Mettrie, Helvetius, el barón de Holbach...‑, utilitaristas anglosajones ‑Bentham, Stuart Mill‑, ideólogos que escribieron sobre fisiología ‑Cabanis‑, trascendentalistas epicúreos ‑Emerson, Thoreau‑, genealogistas deconstructores ‑Paul Rée, Lou Salomé, Jean‑Marie Guyan‑, socialistas libertarios, nietzscheanos de izquierda ‑Deleuze, Foucault‑, y tantos otros discípulos de la voluptuosidad, la materia, la carne, el cuerpo, la vida, la felicidad, la alegría, y otras tantas instancias culpables.

¿Qué se le reprocha a ese mundo? Querer la felicidad en la tierra, aquí y ahora, y no más tarde, hipotéticamente, en otro mundo inalcanzable, concebido como una fábula para niños... La inmanencia es el enemigo, la mala palabra.
Los epicúreos deben su sobrenombre de puerco al hecho de que su constitución fisiológica los determina; su existencia genera su esencia. Al no poder actuar de otro modo que como amigos de la tierra, según la feliz expresión del Timeo de Platón, esos materialistas se condenan a excavar con el hocico sin saber siquiera que por encima de su cabeza existe un Cielo lleno de Ideas. El cerdo ignora para siempre la verdad, puesto que sólo la trascendencia conduce a ella, y los epicúreos se estancan, ontológicamente, en la más absoluta inmanencia. Ahora bien, sólo eso existe: lo real, la materia, la vida, lo vivo. Y el platonismo les declara la guerra y acosa con su venganza a todo lo que celebra a la pulsión de vida.

El punto en común de esa constelación de pensadores y pensamientos irreductibles es un formidable cuidado en deconstruir los mitos y las fábulas para hacer este mundo habitable y deseable. Disminuir los dioses y los temores, los miedos y las angustias existenciales a encadenamientos de causalidades materiales; mitigar la idea de la muerte con una terapia activa aquí y ahora, sin inducir a morir en vida a fin de partir mejor cuando llegue el momento; buscar soluciones efectivas con el mundo y los hombres; preferir las modestas proposiciones filosóficas viables a las construcciones conceptuales sublimes pero inservibles; rechazar el dolor y el sufrimiento como vías de acceso al conocimiento y a la redención personal; procurarse el placer, la felicidad, la utilidad compartida, la unión alegre; acceder a lo que pide el cuerpo y no proponerse detestarlo; dominar las pasiones y las pulsiones, los deseos y las emociones y no extirparlos brutalmente de sí. ¿La aspiración del proyecto de
Epicuro? El puro placer de existir... Proyecto siempre de actualidad.
      (1) "Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres", Diogenes Laercio, L. IX, Ediciones Teorema, Barcelona, España, 1985.



Texto extraído de "La potencia de existir", Michel Onfray, págs. 55-59, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, Argentina, 2007


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