Manifiesto
por la vida filosófica – Michel Onfray
Fragmento de: “Teoría del cuerpo enamorado Por una erótica
solar” (2003).
2da.
parte
Mi
segundo paso, afirmativo, propone una alternativa al orden dominante gracias a
la formulación de un materialismo hedonista: elaboraremos una teoría atomista
del deseo como lógica de los flujos que llaman la expansión y necesitan para
ello una hidráulica catártica; secularizaremos la carne, desacralizaremos el
cuerpo y definiremos el alma como una de las mil modalidades de la materia;
propondremos un epicureísmo abierto, lúdico, gozoso, dinámico y poético a
partir de los posibles esbozados y ofrecidos por el epicureísmo cerrado, ascético,
austero, estático, y autobiográfico del fundador; precisaremos las modalidades
de un libertinaje solar y un eros ligero; se invitará a una metafísica del
instante presente y del puro goce de existir; tenderemos a un nomadismo de
solteros promoviendo a una opción de cíclopes; reactivaremos la teoría del
contrato pragmático, utilitarista, deseable y dominado por la voluntad de
disfrutar mutuamente; propondremos una opción radicalmente igualitaria entre
los sexos y la formulación de un feminismo libertario; reivindicaremos una
autentica aspiración a la esterilidad y una práctica de las leyes de la
hospitalidad redoblada por una permanente invención de sí; desembocaremos así
en una verdadera estética pagana de la existencia. Algunos siglos de
judeocristianismo pueden encararse de esta forma y ser rebasados.
Instalada
resueltamente en las comarcas antiguas, en guerra contra el modelo ético
dominante, mi propuesta reanuda sin ambages el trato con el proyecto de todas
las escuelas helenísticas: hacer posible la vida filosófica. Y para ello, ha de
quererse abiertamente el fin de la vida mutilada, fragmentada, explotada y
dispersada que fabrica nuestra civilización alienante, apoyada en el dinero, la
producción, el trabajo y el dominio. La filosofía puede contribuir a este
proyecto radical. Mejor aún: debe. En primer lugar, tiene que dejar de
contenerse, como lo hace desde hace tiempo, con problematizar, escribir la
historia de los problemas y seguir al dedillo la odisea de las querellas,
cuando ganaría convirtiéndose claramente en la disciplina de las soluciones,
las respuestas y las propuestas.
Por mi parte, no me satisface
una filosofía de pura búsqueda que consagra lo esencial de su tiempo y de su
energía a reclamar las condiciones de posibilidad, a examinar los zócalos
epistémicos sobre los cuales se pueden plantear las cuestiones.
Prefiero considerar, en el otro extremo de la cadena reflexiva, la suma de las afirmaciones y de las soluciones útiles para vivir una existencia lanzada a toda velocidad entre dos nadas. La opción teorética produce pensamientos autistas y solipsistas, sistemas y visiones del mundo emparentados con esos puros juegos de lenguaje que están destinados a los especialistas, reservados a los técnicos o confinados en los laboratorios.
Prefiero considerar, en el otro extremo de la cadena reflexiva, la suma de las afirmaciones y de las soluciones útiles para vivir una existencia lanzada a toda velocidad entre dos nadas. La opción teorética produce pensamientos autistas y solipsistas, sistemas y visiones del mundo emparentados con esos puros juegos de lenguaje que están destinados a los especialistas, reservados a los técnicos o confinados en los laboratorios.
En el terreno filosófico me interesan prioritariamente los que encuentran más que los que buscan –y siempre he preferido un pequeño hallazgo existencialmente útil que una gran indagación filosófica inútil para la vida cotidiana-. Una anécdota y dos líneas extraídas del corpus cínico me llevan siempre más lejos intelectual y concretamente que las obras completas del conjunto de las producciones del idealismo alemán.
Así
pues, tengo nostalgia de la filosofía antigua, de su espíritu, de sus maneras,
de sus métodos y de sus presupuestos. La figura de Sócrates ilumina los siglos
que siguen a su suicidio inducido, permitiéndonos la acuñación de una forma
filosófica inolvidable: la existencia y el pensamiento confundidos, la vida y
la visión del mundo imbricados, lo cotidiano y lo esencial mutuamente
alimentados.
Lejos del profesor de filosofía, del espulgador de textos, del productor de tesis doctorales, del crítico profesional, el filósofo define en primer lugar al individuo que se ejercita en la vida filosófica y que trata de insuflar en los pormenores de su práctica el máximo de fuerzas que alimentan su teoría –y viceversa-. El filósofo se propone la perpetua experimentación de sus ideas y no se pronuncia por ninguna tesis sin haberla deducido de sus propias observaciones.
Lejos del profesor de filosofía, del espulgador de textos, del productor de tesis doctorales, del crítico profesional, el filósofo define en primer lugar al individuo que se ejercita en la vida filosófica y que trata de insuflar en los pormenores de su práctica el máximo de fuerzas que alimentan su teoría –y viceversa-. El filósofo se propone la perpetua experimentación de sus ideas y no se pronuncia por ninguna tesis sin haberla deducido de sus propias observaciones.
No hay
ninguna necesidad, para ello, de escribir libros, de producir textos, ya que
sólo importa la fabricación de una vida que esté conforme con las producciones
existenciales que la sostienen. Si la producción de obras contribuye a caso a
la estilización de la existencia ¿por qué no? Entonces el escrito formulará las
reglas, los medios y las ocasiones para llevar una vida buena, una vida mejor,
para ampliar nuestra biografía. La vida filosófica nos obliga a intentar poner
en conformidad –no forzosamente con éxito- los propósitos teóricos con los
comportamientos prácticos.
El verbo apunta a la carne, la palabra tiende a la obra activa, el pensamiento contribuye a la actitud; paralelamente, la carne apunta al verbo, la obra activa tiende a la palabra, la actitud contribuye al pensamiento. Nada esencial se efectúa fuera de este perpetuo movimiento de ida y vuelta entre vivir y filosofar.
El verbo apunta a la carne, la palabra tiende a la obra activa, el pensamiento contribuye a la actitud; paralelamente, la carne apunta al verbo, la obra activa tiende a la palabra, la actitud contribuye al pensamiento. Nada esencial se efectúa fuera de este perpetuo movimiento de ida y vuelta entre vivir y filosofar.
Los
pensadores de la Antigüedad distinguen entre el sabio y el filósofo según la
posición ocupada por cada cual en la travesía de la ascesis existencial: sólo
el primero alcanza su objetivo después de haber puesto en conformidad su ideal
de existencia sublimada y su inscripción en el mundo trivial; el segundo
trabaja, obra y camina hacia ese apogeo ontológico que necesita un constante
esfuerzo, una perpetua tensión.
El sabio deja tras de sí al filósofo como si fuera una piel antigua, de un antiguo mudo e inútil aunque testigo del trabajo de necesaria autorregeneración, el filósofo aspira al estatuto del sabio y a la serenidad de una vida trasfigurada. Todas las fuerzas movilizadas por el impetrante durante los largos años de experimentación –pitagórica, socrática, cínica, cirenaica, estoica, epicúrea, escéptica, etcétera- se aflojan cuando el esfuerzo se disuelve en el sosiego, la paz del alma, la ataraxia y la calma realizadas. La sabiduría procura un objetivo a nuestra época de nihilismo generalizado, y la filosofía, una vía creadora de potencialidades magníficas para alcanzarlo.
El sabio deja tras de sí al filósofo como si fuera una piel antigua, de un antiguo mudo e inútil aunque testigo del trabajo de necesaria autorregeneración, el filósofo aspira al estatuto del sabio y a la serenidad de una vida trasfigurada. Todas las fuerzas movilizadas por el impetrante durante los largos años de experimentación –pitagórica, socrática, cínica, cirenaica, estoica, epicúrea, escéptica, etcétera- se aflojan cuando el esfuerzo se disuelve en el sosiego, la paz del alma, la ataraxia y la calma realizadas. La sabiduría procura un objetivo a nuestra época de nihilismo generalizado, y la filosofía, una vía creadora de potencialidades magníficas para alcanzarlo.
Así pues, el filósofo actúa
como médico del alma, como terapeuta, como farmacéutico. Trata y disipa las
enfermedades, cura y conjura los trastornos, instaura la salud y despacha los
miasmas patógenos.
La vida filosófica se convierte en alternativa a la vida mutilada tras la sola decisión de seguir un tratamiento: cambiar la vida, modificar sus líneas de fuerza, construirla según los principios de una arquitectura deudora de un estilo propio. Lo cotidiano fragmentado, reventado e incoherente genera dolores, sufrimientos y penas que atormentan los cuerpos y destruyen la carnes. Entre las almas cascadas, rotas, pulverizadas y los cuerpos medicalizados, psicoanalizados, intoxicados; entre los espíritus frágiles, vacilantes, enclenques y las carnes angustiadas, gangrenosas, putrefactas, la filosofía ofrece la tangente de un camino que conduce al apaciguamiento.
La vida filosófica se convierte en alternativa a la vida mutilada tras la sola decisión de seguir un tratamiento: cambiar la vida, modificar sus líneas de fuerza, construirla según los principios de una arquitectura deudora de un estilo propio. Lo cotidiano fragmentado, reventado e incoherente genera dolores, sufrimientos y penas que atormentan los cuerpos y destruyen la carnes. Entre las almas cascadas, rotas, pulverizadas y los cuerpos medicalizados, psicoanalizados, intoxicados; entre los espíritus frágiles, vacilantes, enclenques y las carnes angustiadas, gangrenosas, putrefactas, la filosofía ofrece la tangente de un camino que conduce al apaciguamiento.
Después de haber escrito un libro sobre la terapia cínica, y antes de publicar otro sobre las hipótesis y el método cirenaico, deseaba examinar las potencialidades del epicureísmo antiguo sin repetir los lugares comunes doctrinarios y ortodoxos sobre el tema. Por esto he leído y releído para este libro muchos textos, canónicos o no, escritos entre el sigo de Homero y el de San Agustín, a fin de tratar de aportar mi respuesta a algunas de las cuestiones: ¿cómo se puede ser epicúreo hoy, generalmente, pero también en el terreno más particular de las relaciones sexuadas y de los cuerpos enamorados? ¿De qué manera podemos leer a Epicuro, a sus predecesores y a sus seguidores materialistas hedonistas? ¿Cómo visitar el jardín en compañía de los poetas elegíacos con el designio de combatir el platonismo ardiente reciclado por teólogos cristianos?
La
doctrina del fundador desemboca necesariamente -con ayuda de su débil
fisiología y frágil cuerpo- ene ese epicureísmo ascético que celebra la ética
de la renuncia; mientras que, viviendo todavía el Maestro, ciertos discípulos
ya se apoyaban menos en la letra que en su espíritu y proponían un epicureísmo
hedonista al que podemos apelar. El corpus mismo de las cartas y de las
sentencias de Epicuro no excluye una filosofía del placer, en ciertos aspectos
muy cercana a una escuela cirenaica que la inspira en muchos puntos. La
tradicional oposición entre los placeres cinéticos (en movimiento) de los
filósofos de Cirene y los placeres estáticos (en reposo) de Epicuro no basta
para cavar un foso infranqueable entre las dos escuelas. Me gustaría en esta
obra intentar mostrar por el contrario si íntimo parentesco.
Acumulando
las notas correspondientes a las cuestiones de etimología, descubrí con
estupefacción una extraña noticia sobre el nombre mismo de Epicuro. Obviamente,
nunca he encontrado esta información en ninguna de las numerosas obras
consagradas al fundador del jardín por los especialistas universitarios de la
cuestión. Y sin embargo, hojeando el Littré para verificar que en él se
desaprueba lo epicúreo tanto como en el Bescherelle, quedé pasmado con una
entrada del patronímico del filósofo. Más allá de mí asombro por constatar que
tras años de frecuentar mi diccionario predilecto aún no había notado que se
podía encontrar un puñado ínfimo y arbitrario de nombres propios, aprendí que
la etimología de Epicuro señala un parentesco con el socorro.
Una
consulta en el Baily nos permite confirmar que epikouros caracteriza al
individuo que aporta el socorro. Siguen informaciones más amplias: el término
sirve igualmente para definir a aquel que en la guerra atiende a las
necesidades de alimentación, y también a la persona que sabe y puede preservara
a alguien de algo. Se menciona igualmente las epikouria, tropas de socorro y
refuerzo, luego los epikourios, que califican a los individuos aptos para
portar socorro y ayuda –en las tropas auxiliares, por ejemplo. En todos los
casos, en tiempos de paz o en tiempos de guerra, en tiempos felices o en
tiempos aciagos, el epicúreo encausa el consuelo, lleva consigo los medios de
todos los sustentos, transmite las fuerzas necesarias para reconstituir las
energías que están en peligro. ¿Se puede expresar mejor la tarea y el destino
saludable del proyecto epicúreo?
De ahí
mi certeza, una vez cerrado el diccionario, de la necesidad de buscar más
lejos, de cavar más profundo a fin de proponer una lectura más objetiva del
epicureísmo antiguo: en el cruce del materialismo de los orígenes y del
hedonismo cirenaico, a medio camino de la violenta desmitificación cínica y el
proyecto estético elegíaco de vida filosófica, el pensamiento intempestivo e
inactual de Epicuro nos autoriza a reflexionar sobre las posibilidades de un
libertinaje contemporáneo que permita un arte de vivir y de amar son sacrificar
la autonomía ni la independencia. En las antípodas de una filosofía del deseo,
los materialistas hedonistas formulan una fisiología del placer, al mismo
tiempo que una erótica alternativa a las incitaciones nocturnas del
judeocristianismo.
Finalmente, la invitación
epicúrea se redobla por una feliz llamada a resguardar nuestra vida, a no
exponerla a la vista de los contemporáneos siempre dispuestos a criticar,
juzgar, culpar y condenar en virtud de la moralina que les obstruye y amenaza
siempre desbordantes. La vida filosófica se vive entre dos individuos, se
conduce al abrigo de las miradas indiscretas, en el silencio de las promesas
que cada cual puede y debe hacerse. Lejos de lo que constituye las pasiones
fútiles de la mayoría –la búsqueda desenfrenada de honores, dinero, poder,
posesión y riquezas-, la terapia materialista propone una ascesis, un auténtico
despojamiento de los pesares inútiles y vanos en provecho de la única riqueza
que hay: la libertad. Con el cuerpo del otro, y a pesar de las tensiones
patéticas, el epicureísmo hedonista autoriza la celebración de las soberanías
realizadas o recobradas.
ONFRAY, Michel. Teoría del cuerpo enamorado Por una erótica solar. Biblioteca de Filosofía Editora Nacional Madrid, 2003, P: 31-36
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