Así, el surrealismo tardío, impregnándose de un cierto espíritu ecológico, reivindicará la necesidad de realizar una política de lo cotidiano. Ecológicamente hablando: el acto cotidiano de vivir, visto como una opción política que transforma el mundo.
La ecología, al preocuparse por la mejoría integral de las condiciones de vida, necesita hacer una política libertaria de lo cotidiano. Hacer esa política significa suprimir, terapéuticamente, los contenidos totalitarios que forman el tejido capilar de los modos instituidos de actuar, sentir y pensar. Hacer el psicoanálisis de esos contenidos totalitarios implica buscar la historia de nuestra cultura, las creencias matrices y los hábitos, la red de marcos aberrantes que prepararán la cena totalitaria de la cultura posmoderna.
Juntando al psicoanálisis con el surrealismo, se buscaría la comprensión apasionada de loas contenidos totalitarios. Implicaría su amplificación emocional, su amplificación utópica; una comprensión obtenida fuera de los lugares determinados por la organización lógica de los saberes científicos, en lugar de las pasiones.
Aparentemente, el mayor peligro de este tipo de comprensión pasa por la posibilidad de superdimensionar, de exagerar los caracteres negativos de la cultura criticada. La pasión no tiene medida.
Su mejor virtud estaría en la exaltación del placer como elemento generador de la cultura. Así estamos sintiendo el saber en lugar del placer impulsado por la pasión.
El surrealismo tiene a la conquista de la emoción reveladora.
Esto es una actitud pedagógica fundamental. Estaríamos delante de las relaciones placer-saber y pasión-saber, funcionando como foco de resistencia frente al exagerado predominio de la relación saber-poder y de la relación saber-deber. La dicotomía entre el placer y la pasión por un lado, y el deber por otro, marcaría las diferencias entre la producción democrática y la producción totalitaria de la cultura.
En la versión preliminar de la Ciencia Jurídica y sus Dos Maridos cité esa dicotomía a través de dos maridos de Doña Flor. La lectura que hice de esos dos personajes de ficción me permitirán mostrar el conflicto de Doña Flor como una ambivalente necesidad de establecer sus vínculos afectivos simultáneamente en el lugar del placer y en el lugar del deber. Viejo Vadino como un individuo preocupado por exaltar el placer como fuente de energía vital, y Teodoro como personaje completamente determinado por el deber, una víctima de los componentes totalitarios de la cultura, una víctima del poder. El sería un prototipo de hombre reprimido. Vadino sería, por el contrario, el prototipo de hombre que vive por la realización de la espontaneidad.
El placer es el mejor instrumento de realización de la espontaneidad. El placer es el mejor instrumento de realización de la autonomía y de la creatividad.
El gran fantasma que levantamos contra la realización del principio del placer pasa por nuestro miedo del desorden. Tenemos una sociedad sin orden. Ese miedo facilita las formas totalitarias de la cultura, las relaciones de dominación.
Cuando el placer comanda los actos de la vida, esto no implica la falta de orden, se trata de un tipo diferente de ordenación. Es un orden que proviene de las propias necesidades y no como una imposición externa.
La diferencia del orden impuesto por las formas culturales totalitarias y el orden que organiza y posibilita la creatividad no dependen de ninguna fuerza alienante.
Puede ser un orden no preestablecido, puede ser un orden en permanente mutación emergiendo siempre renovado por los propios actos de descubrimiento de la autonomía individual y colectiva. Pero jamás será un orden que paraliza.
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